lunes, 12 de octubre de 2015

Introduccion a la Teologia

                          

I. LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA COMO DISCIPLINA
TEOLÓGICA

El título de «Historia de la Teología» lleva a preguntar si la disciplina a la que se refiere es principalmente histórica o más bien teológica: ¿es por su género Historia y por su diferencia específica Teología, o por su género es Teología y por su diferencia específica Historia?

En las últimas décadas algunos autores han respondido a esa pregunta —así como a la que, paralelamente, puede formularse respecto a la Historia de la Filosofía— inclinándose por la primera parte de la disyuntiva, y colocando por tanto el acento en los aspectos documentales, cronológicos e histórico-positivos.

Una opción de ese tipo es legítima, al menos en cierto grado, sobre todo si se piensa en una docencia ejercida en una Facultad o Instituto de Historia. La mayoría de los tratadistas se inclina, no obstante, por la segunda de las opciones mencionadas. Y con razón, ya que no cabe trazar el desarrollo de las ideas teológicas o filosóficas sin entrar en las cuestiones que la Teología y la Filosofía plantean y, por tanto, sin teologizar y filosofar. Ciertamente, al esbozar la historia del pensamiento teológico es necesario narrar sucesos y acontecimientos, precisar fechas y datos, analizar las afirmaciones concretas de autores del pasado. Pero, si se quiere alcanzar una verdadera comprensión de aquello que en una Historia de la Teología se narra —es decir, de la doctrina de los diversos autores y del tránsito de unos a otros—, la intención última debe ser teológica. La pura sucesión de acontecimientos o la simple descripción del parecer de unos u otros autores, aislada del movimiento de fondo que explica y sostiene a la Teología, serían, por sí mismas, muy poco relevantes, especialmente en el contexto de una Facultad o Instituto teológicos. Tomás de Aquino dijo que el estudio de lo que han dicho los antiguos debía tener por fin no tanto conocer lo que han afirmado cuanto dialogar con ellos a fin de profundizar en la percepción de la verdad de las cosas. El Aquinate hizo esta afirmación tratando de la Historia de la Filosofía, pero sus palabras se pueden trasladar a la Historia de la Teología, con la misma fuerza y claridad.

Lo que se pretende, al relatar los esfuerzos especulativos de los principales maestros del pasado y al describir los procesos y desarrollos a través de los cuales la Teología se ha configurado y evolucionado, no es —sobre todo en un centro de estudios teológicos o en un libro destinado a la docencia en un centro así— ofrecer datos o descripciones eruditas, sino mostrar cómo la palabra de Dios —la revelación contenida en la Escritura y trasmitida por la tradición— ha interpelado a los teólogos de cada época. En otros términos: cómo esos teólogos se han situado ante la palabra revelada, de qué forma han hecho entrar en diálogo su razón y su fe, por qué vías han intentado profundizar en las virtualidades contenidas en la verdad cristiana haciéndolas resonar ante su propia inteligencia y ante la cultura y los hombres de su tiempo. El análisis del proceso histórico de la Teología cristiana constituye, por eso, una forma excelente de educar la propia inteligencia al empeño de pensar en la fe y desde la fe, sirviendo así de base para ulteriores desarrollos. En este sentido la
Historia de la Teología ofrece no sólo unos puntos de referencia históricos y documentales, sino también, y sobre todo, una verdadera introducción a la Teología como tal.


II. PERIODIZACION DE LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA

La conciencia de la verdad de la fe y, más concretamente, la conciencia de que en Cristo, Palabra de Dios hecha carne, Dios ha manifestado a los hombres su designio de salvación, por una parte, y la tendencia a profundizar en esa verdad a fin de captar su unidad y coherencia, por otra, forman una sola cosa con el cristianismo. En tal sentido, la Teología es tan antigua como la fe cristiana, hundiendo sus raíces en la misma generación apostólica. De ahí que pueda hablarse, y se hable con frecuencia, de «teología bíblica», de «teología neotestamentaria», de «teología paulina», etc., indicando así que en los libros que componen la Sagrada Escritura, sea en el conjunto de todos ellos, sea en algunos tomados singularmente, se contiene una doctrina que puede ser sintetizada y expuesta de modo estructurado y armónico.

Los apóstoles, y quienes con ellos vivieron, constituyen, sin embargo, una etapa singular en la historia de la Iglesia: la etapa fundacional. Y los libros sagrados, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, trascienden el ordinario sucederse de los empeños y reflexiones humanas. De ahí que el inicio de la Historia de la Teología se sitúe más bien a partir de la generación apostólica, cuando los cristianos, recibiendo el legado de los apóstoles y dejándose iluminar por él, pusieron en juego todos los recursos de su inteligencia para profundizar en ese depósito, con el deseo de asimilarlo plenamente, de defenderlo frente a críticas o equívocos, de plasmarlo en obras y de trasmitirlo eficazmente a las generaciones sucesivas. Para intentar una periodización de la Historia de la Teología, tal y como se desarrolla a partir del período apostólico, puede, sin duda, acudirse a la división ya universalmente consagrada: Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea. Proceder así tendría la ventaja de acomodarse a un uso común, pero a la vez un grave inconveniente: encubrir el ritmo que ha seguido realmente el proceder de la reflexión teológica. Parece por eso preferible dividir esa historia atendiendo a las tres etapas que, a nuestro juicio, ha recorrido esa historia: el período patrístico, el período escolástico y el período moderno o contemporáneo. Completemos, pues, esta introducción a la Historia de la Teología marcando los contornos de esas tres etapas y señalando, aunque sea brevemente, sus rasgos más característicos.

1. Período patrístico
Los primeros autores cristianos, designados ordinariamente con el nombre de Padres apostólicos por su cercanía cronológica a los apóstoles, se expresaron mediante cartas u homilías, de tono familiar, muy unidas a la vivencia concreta de la Iglesia. A mediados del siglo II surgió, en cambio, lo que puede ya considerarse como primera manifestación de una obra teológica en sentido estricto. Las críticas dirigidas a la fe cristiana por parte de autores paganos provocaron la aparición de una literatura apologética o de defensa, que desembocó en un vibrante diálogo entre fe y razón; más concretamente, entre fe cristiana y cultura pagana; se inició así un proceso de cristianización del mundo helenístico y romano que se extendió a lo largo de varios siglos, hasta culminar, en los siglos m a V, en una síntesis lograda. El desarrollo de las comunidades cristianas, la conversión
de personas profundamente conocedoras de la filosofía y de la retórica grecorromanas y la aparición de sectas y herejías que ponían en discusión el contenido de la fe, fueron otros de los factores
que contribuyeron a ese proceso de progresiva profundización en la fe a fin de manifestar su unidad, vitalidad y coherencia al que designamoscomo Teología.

 En el período patrístico así iniciado, cabe distinguir tres etapas fundamentales:

— la etapa primera, de iniciación o formación de la teología patrística,
que se extiende desde fines del siglo i hasta comienzos del siglo iv: es la época de los Padres apostólicos, de los Padres apologistas, de los primeros escritos antiheréticos y de los primeros intentos de tratados o exposiciones teológicas ya relativamente cuajadas;
— los siglos iv y v, verdadera edad de oro de la Patrística, hecha posible por la conjunción de dos factores: la paz de que se disfruta desde principios del siglo iv, al cesar las persecuciones, y la maduración ya alcanzada por el pensar cristiano;
— la etapa final, que se extiende hasta el siglo vm, en el período de transición entre la Antigüedad tardía y la Edad Media.

La época patrística debe su nombre a los Padres de la Iglesia, es decir, al hecho de ser un tiempo que tuvo por protagonistas a personalidades (San Atanasio, San Basilio, San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín...) a las que, por la ortodoxia de su doctrina y por la hondura de su santidad, la Iglesia reconoce como padres en la fe, como eslabones que unen a los cristianos de todos los tiempos con la generación apostólica y, a través de los apóstoles, con Cristo. Se trata de una época que tiene una especial significación en la historia de la Iglesia y de la Teología. En primer lugar, y ante todo, por su proximidad a los años apostólicos. Pero también porque durante ese período la Iglesia se extendió ampliamente, consolidando su estructura, desarrollando su liturgia, expresando su fe en fórmulas dogmáticas cuidadosamente elaboradas. Fue también el momento en el que, trascendiendo el ámbito judío en el que había nacido, la Iglesia se enfrentó con la cultura grecorromana, cristianizándola desde dentro y confirmando así con las obras la virtualidad de la fe cristiana para informar toda civilización y toda época histórica. Los textos de los Padres de la Iglesia y de los otros escritores eclesiásticos de este período responden a los diversos géneros literarios usuales en la cultura grecorromana: cartas, homilías, tratados, comentarios... Fueron todos ellos obispos, sacerdotes o, en menor número, seglares que sintieron con profundidad la vida de la Iglesia de su tiempo y colocaron a su servicio su inteligencia y su cultura.

Las obras teológicas del período patrístico nacieron de las necesidades pastorales y culturales del momento, aunque no faltaron tampoco intentos de sistematización y exposición de algún modo escolar, que fueron, no obstante, una minoría. El tono o estilo de teologizar fue profundamente bíblico, con un frecuente recurso al símbolo y a la alegoría para que en el texto bíblico comentado reverberase la totalidad del designio salvífico divino. Los Padres dieron pruebas también, sobre todo en figuras de gran talla intelectual, de capacidad de análisis, de finura en la conceptualización, de fuerza argumentativa; pero la teología patrística sobresalió, especialmente, por el sentido de la síntesis, por la conciencia de la unidad de la revelación y por la fuerza con que esa conciencia de unidad alcanzó a expresarse.

El fin de la época patrística coincidió con el declive de la Edad Antigua. Suele indicarse como hito último de tal época, por lo que se refiere a la parte oriental del Imperio romano y en consecuencia a la patrística griega, la figura de San Juan Damasceno (ca.675-749), si bien debe señalarse que el modo patrístico de teologizar perseveró después durante largo tiempo en los ambientes greco-bizantinos, aunque con mucha menor creatividad que en los siglos anteriores. En la parte occidental del Imperio y, por tanto, en relación a la patrística latina, el corte histórico fue más neto, ya que el hundimiento
de la estructura político-social del Imperio occidental y la implantación de los reinos germánicos marcó, ya en el siglo v, una innegable ruptura. De todas maneras, la rapidez con que esos reinos asimilaron la cultura romana, alcanzando la síntesis entre lo germánico y lo latino, nos autoriza a extender el período patrístico, también en Occidente, hasta el siglo vm; parece, en efecto, lícito hablar de una literatura patrística gala y visigótica.

2. Período escolástico
Sobre la periodización de la Edad Media hay una gran discusión entre los medievalistas, según que se preste más atención a la historia de las instituciones, de los pueblos o de las ideas. Sin entrar en polémicas de detalle, digamos que, desde la perspectiva de la Historia de la Teología, el cambio de edad se produce con los acontecimientos ya señalados al describir el fin del período patrístico, y la nueva situación se extiende hasta mediada la Edad Moderna. Durante los primeros siglos de la Edad Media, es decir, en la primera parte del período altomedieval, y, más concretamente, entre los años 750 a 1100, domina, por lo que al teologizar se refiere, la teología monástica: una teología nacida en el seno de las escuelas monásticas existentes en los monasterios benedictinos, que consistió sobre todo en un comentario a la Sagrada Escritura; desarrollado al modo de una lectio o lectura meditada de los textos bíblicos, apoyada en los autores patrísticos. Las escuelas monásticas surgieron en la época carolingia, como fruto de la reforma de la orden benedictina que tuvo lugar por entonces, y constituyeron un foco cultural de extraordinaria importancia; Alcuino de York, Rábano Mauro, San Anselmo de Canterbury pueden ser considerados, con plena justicia, los iniciadores de la teología medieval, porque pusieron las bases metodológicas de la teología escolástica propiamente dicha.

Hacia el 1100 aparecieron en los burgos o ciudades de Occidente escuelas catedralicias, es decir, nacidas y desarrolladas en torno a las catedrales. La teología que se comenzó a practicar en tales escuelas de la que son respresentantes Anselmo de Laon y Pedro Abelardo— significó la introducción de un nuevo estilo teológico, que dio origen a lo que, de modo preciso, designamos como teología escolástica. Confluyeron en la nueva etapa histórica una amplia gama de factores, como el desarrollo de la sociedad medieval, el aumento del nivel cultural del clero secular, la aparición de órdenes religiosas dotadas de mayor movilidad apostólica que la benedictina —es decir,
las órdenes mendicantes— y la llegada al occidente europeo, a través de los pensadores árabes, de la filosofía aristotélica, que, uniéndose a la tradición patrística y a la platónica, hizo posible una nueva y original síntesis.

En lugar de la pura meditación sobre la Escritura apoyada en los Padres, que había caracterizado a la teología monástica, la teología escolástica propugnó un método analítico y discursivo que dio un amplio campo a la especulación racional iluminada por la fe. Nacido y desarrollado en el interior de instituciones académicas —las escuelas catedralicias y, posteriormente, las universidades y, en ellas, las Facultades de Teología—, el teologizar escolástico fue evolucionando, dando origen a desarrollos especulativos cada más amplios y de mayor profundidad teorética, hasta constituir, en más de un punto, una cumbre en la historia general del pensamiento. La exposición académica, con sus exigencias no sólo científicas sino didácticas, impulsó hacia la elaboración de síntesis, provocando la aparición de las Summae, que son, sin duda alguna, una de las expresiones más características de la producción teológica de los siglos medios. La Escolástica propiamente dicha tuvo de hecho una larga historia, dentro de la que pueden distinguirse varias fases o subperíodos: — la Alta escolástica, que va del 1100 al 1300, período en el que se sitúan las figuras más importantes y representativas: Pedro Lombardo, Alejandro de Hales, San Buenaventura, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino y el Beato Juan Duns Escoto; — la Baja escolástica, del 1300 al 1500, época en parte creadora y en parte de decadencia, en el que la reflexión se escinde en disputas entre escuelas y, en ocasiones, se pierde en disquisiciones alejadas de los núcleos centrales de la fe; — la Escolástica renacentista, de comienzos a mediados del siglo xvi, caracterizada por la incorporación al método escolástico de las preocupaciones literarias e históricas provenientes del humanismo renacentista, tal y como lo testimonian la obra, entre otros, de los dominicos Tomás de Vio y Melchor Cano; — la Escolástica barroca, que se extiende desde mediados del siglo xvi hasta el siglo xvn, en el que —después de algunas figuras relevantes, como Domingo Báñez y Francisco Suárez— se inicia un período de fuerte decadencia.

Los desarrollos especulativos, propios del método escolástico desde sus inicios, constituyen uno de sus mayores méritos, pero también, cuando se absolutizan, uno de sus riesgos. De hecho fueron, con el pasar de los años, no sólo ampliándose, sino complicándose, precipitando así la crisis que la Escolástica conoció al final del período bajomedieval. Frente a los abusos de esa escolástica decadente reaccionó la teología renacentista propugnando una vuelta a las fuentes, que tuvo considerable influjo. El método especulativo se mantuvo no obstante en primer plano y, en la escolástica barroca, volvió a ser preponderante, aunque sin olvidar del todo la herencia recibida del humanismo. No obstante, al avanzar el siglo xvu la Escolástica dio claras señales de haber entrado en un período de estancamiento. Ese hecho, y sobre todo la profunda crisis espiritual que agitó a la Europa de esos años, constituye el antecedente de la tercera época que cabe distinguir en la historia de la Teología.

3. Período moderno y contemporáneo
El siglo xvn representa, en muchos aspectos, un momento de fuertes cambios, tanto en lo político como en lo cultural. Señala, de una parte, con la paz de Westfalia (1648), la desaparición definitiva de la relativa unidad política que había existido durante los siglos medievales y consagra, en su lugar, la figura de los estados nacionales; al mismo tiempo, el eje del poder político y de la influencia cultural pasa de España e Italia, es decir, de la zona mediterránea a la centroeuropea. La escena intelectual, ocupada hasta entonces sobre todo por la tradición escolástica, empieza a ser dominada por otras líneas de pensamiento, particularmente el racionalismo de origen francés y el empirismo de proveniencia anglosajona. Las tendencias escépticas o naturalistas, aparecidas en épocas pasadas pero
hasta este momento muy minoritarias, se hacen más fuertes, favorecidas por la crisis de conciencia nacida de la dura experiencia representada por las guerras de religión que agitaron la Europa de esos
años. Se preparó así una ruptura espiritual e intelectual que se hizo patente en el siglo xvm: la población europea siguió siendo mayoritariamente cristiana, pero en las capas intelectuales se difundió, hasta predominar, una clara predisposición a la increencia o, aunque no se llegara a ello, al escepticismo y al indiferentismo religioso.

La Iglesia y la Teología se encontraron así en una situación radicalmente distinta de las conocidas en épocas anteriores: su contexto cultural no era ya ni una sociedad sustancialmente cristiana, como la existente en el período final de la Edad Antigua, en la Edad Media y en los inicios de la Edad Moderna; ni tampoco un paganismo que no había oído hablar de Cristo, como en los inicios de la era cristiana, cuando la Iglesia comenzó a extenderse a través del Imperio romano; sino un mundo que, habiendo sido cristiano, dejaba de serlo, y que miraba, por tanto, al cristianismo como a una realidad superada o, al menos, en curso de superación.

 A la Teología se le planteaba, en consecuencia, un considerable reto, que reclamaba, en primer lugar, salir de la decadencia en que, como ya hemos dicho, se encontraba en aquellos momentos, y, después, ir a la raíz de la fe para conseguir mostrar, con fuerza nueva, su vitalidad y su verdad. De ahí una historia aún no concluida, porque nos encontramos todavía en esa coyuntura histórica en la que cabe distinguir las siguientes etapas: — la continuación del proceso de decadencia del pensar teológico, que se extiende a lo largo de todo el siglo xvm; — el inicio de un proceso de renovación en el siglo xix, que procede, no sin polémicas y tensiones, a través de tres líneas fundamentales: la vuelta a las fuentes bíblicas y patrísticas, la recuperación de la tradición escolástica tal y como se había manifestado en su momento de esplendor —es decir, en los grandes maestros plenomedievales—, y el diálogo con algunas corrientes del pensamiento moderno, particularmente en su versión idealista y romántica; — la plenitud de tal renovación, que cabe situar en torno al Concilio Vaticano II, punto decisivo de referencia para la valoración del precedente desarrollo de la Teología y para el juicio sobre la situación actual y su historia futura. Sin olvidar, de otra parte, que la consolidación de las comunidades cristianas, nacidas por la expansión misionera de los siglos anteriores, y la facilidad de comunicaciones internacionales, han ampliado considerablemente el horizonte de la cultura y, por tanto, de la Teología: en los siglos pasados la Teología era una realidad casi exclusivamente europea; hoy ya no lo es y las aportaciones teológicas provenientes de América, Asia y África están destinadas a ser cada vez más importantes y significativas.

III. HISTORIA DE LA TEOLOGÍA, HISTORIA DE LA FILOSOFÍA, PATROLOGÍA Y PATRÍSTICA

Antes de cerrar esta introducción, conviene señalar la distinción y relaciones de la Historia de la Teología con otras disciplinas académicas relativamente próximas. En primer lugar, con la Historia de la Filosofía. Entre Filosofía y Teología hay, a la vez, diferencias y conexiones. La Filosofía procede a partir de la razón y la experiencia humanas, interrogándose sobre ellas y buscando explicaciones, fundamentaciones y respuestas.

La Teología procede a partir de la palabra de Dios, esforzándose por poner de relieve su contenido y su riqueza, a fin de iluminar desde ella la totalidad de la existencia humana. Los itinerarios y los modos de proceder son, pues, distintos, pero los temas y, lo que es más, las preocupaciones últimas coinciden en gran parte. De ahí que una y otra historia se entrecrucen, no sólo porque en algunas épocas históricas —la patrística y la medieval— la distinción de fronteras no resulta clara y los mismos pensadores practican ambos itinerarios —sólo a partir del siglo xvn se establece una neta distinción metodológica y académica entre Filosofía y Teología—, sino también, y más radicalmente, porque hay una comunidad temática y de fondo. El filósofo, al interrogarse sobre lo real, no puede por menos de preguntarse por la religión y, en consecuencia, al menos en la civilización occidental, también por el cristianismo; si es creyente, su fe, que aporta respuesta a muchas de las cuestiones últimas, no dejará de repercutir, en uno u otro grado, en su filosofar, orientándolo o, al menos, impulsándolo. El teólogo, al reflexionar sobre la fe, reflexiona a la vez sobre la experiencia humana, en la que esa fe se inserta y a la que esa fe ilumina; realizará —o podrá realizar—, en consecuencia, obra válida no sólo teológica, sino también filosóficamente.

La Historia de la Filosofía y la Historia de la Teología son, en suma, disciplinas distintas, pero relacionadas y que deben estar atentas la una a la otra. Lo que, ni que decir tiene, se ha procurado tener en cuenta en la presente obra. Por su importancia para la vida y el pensamiento cristiano, los Padres de la Iglesia han sido, desde antiguo, objeto de especial estudio, hasta surgir una disciplina científica formalmente dedicada a ellos. Esta disciplina se designa con dos nombres, Patrología o Patrística, entre los que hay alguna diferencia de matiz —al hablar de Patrología se quiere subrayar la vertiente doctrinal; y al hablar de Patrística, más bien la literaria—, aunque con gran frecuencia se
usan como sinónimos. Como puede advertirse por todo lo dicho precedentemente, la Patrología y la primera parte de la Historia de la Teología versan sobre el mismo período histórico. Sin embargo, las perspectivas son diversas, ya que la Patrología contempla a los Padres de la Iglesia, ante todo, como expresiones y testigos de la tradición cristiana, mientras que la Historia de la Teología los considera como teólogos, analizando cómo han concebido y desarrollado la tarea de teologizar.

Eso no quita, sin embargo, que las personas y las obras que ambas disciplinas tienen en cuenta sean de hecho las mismas y, en consecuencia, que un tratado de Patrología y un tratado de Historia de la Teología en la época patrística sean en gran parte intercambiables.

                                                                           * * *
En la colección Sapientia fidei se incluye un manual de Patrología, redactado por el Prof. Ramón Trevijano, en el que se expone el desarrollo de las ideas en la época patrística. Para evitar repeticiones, la presente Historia de la Teología prescinde de la época patrística y comienza a partir de la época medieval, estructurándose en dos partes de acuerdo con la periodización antes indicada. La primera, preparada por el Dr. Josep Ignasi Saranyana, profesor ordinario de Historia de la Teología en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, describe la evolución de teología escolástica, desde sus inicios en la teología monástica y en los primeros maestros de las
escuelas catedralicias, hasta la teología barroca del siglo xvi. 

La segunda, debida a la pluma del Dr. José Luis Manes, profesor ordinario de Teología Fundamental y Espiritual en la misma Facultad, continúa la narración, partiendo del siglo xvu, para describir a continuación la evolución de la teología moderna y contemporánea, hasta nuestros días. El capítulo sexto se cierra con dos epígrafes, redactados respectivamente por la Dra. Carmen J. Alejos-Grau, colaboradora del Instituto de Historia de la Iglesia de la Universidad de Navarra, y por el Dr. Javier Sesé, profesor de Teología Espiritual en la Facultad de Teología de la misma Universidad. Alejos-Grau ha estudiado la teología del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de México, completando la visión panorámica que se ofrece de la teología académica novohispana. Sesé ofrece una visión complexiva de la teología mística española en el xvi.

Esquema por Jose Contreras


Esquemas por parte de Fernando Paredes


Esquemas por parte de Fray Domicio Molina




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