INTRODUCCIÓN
A LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA. LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA COMO DISCIPLINA
TEOLÓGICA
1.
Noción, objeto y metodología
La
pregunta inicial, a la que se debería responder, sería: ¿qué es la Historia de
la Teología? ¿De qué se trata exactamente? En una primera aproximación se
podría responder que es una disciplina teológica que intenta estudiar el
quehacer teológico dentro de las coordenadas espacio temporales y, por tanto,
dentro del acontecer histórico, desde el origen de la teología hasta nuestros
días. Se da una cierta analogía con la Historia de la filosofía que nos puede
ayudar a clarificar la cuestión; con la diferencia fundamental de que la
Teología es un saber científico peculiar; sus principios parten de la
Revelación sobrenatural y la Fe (fides quaerens intellectum), en consecuencia,
la identidad esencial de le Teología (su naturaleza propia) es siempre la misma
a lo largo de la historia. Sin embargo, como toda realidad humana, se realiza
en un marco temporal y, por tanto, tiene un desarrollo histórico ineludible.
No es pura historia (mucho menos en el sentido
positivista actual), pero tampoco es algo intemporal, puramente abstracto o
teórico. Dicho en otros términos, en esta disciplina se deberían evitar dos
extremos opuestos: por un lado, el peligro de historicismo relativista referido
a la teología, que subraya la historia y sus métodos como si la teología fuera
una realidad cambiante, totalmente distinta en cada época histórica, y empezara
ex novo en cada ámbito cultural; en cambio, como veíamos, la teología es una y
la misma siempre, pero de algún modo cambia también con el tiempo, en el
sentido de que crece, madura, se perfecciona a lo largo de los siglos. En el
otro extremo estaría una visión de la teología en cierta manera intemporal o
demasiado teórica, como algo cerrado en sí mismo, casi independiente del
acontecer histórico, con los inconvenientes que ello conllevaría. Así pues,
parece claro que ni un extremo ni el otro son del todo correctos. Se trataría
entonces de guardar un cieno equilibrio entre ambas concepciones. apropiándonos
lo bueno y positivo que pueda contenerse en sendos enfoques.
En
tal sentido, el objetivo primordial de esta disciplina sería adquirir una
visión de conjunto (a ojo de pájaro, podríamos decir) del decurso de la
teología a lo largo del tiempo, con sus condicionamientos culturales y
eclesiásticos. Esto en el caso de la teología (como en el de la filosofía) no
constituye una simple curiosidad erudita, sino que ayuda en gran manera a
adquirir una buena formación teológica dentro de los estudios teológicos
institucionales, como se irá mostrando. Es necesario, entonces, conocer el esfuerzo
secular de los grandes sabios cristianos, sus éxitos y sus fracasos, los retos
a los que se enfrentaron, para sacar de ahí experiencia de cara al futuro. Si
se estudiara la Historia de la teología solo en ámbitos particulares del
quehacer teológico, o únicamente en relación con la historia de los dogmas,
seria difícil hacerse una idea de conjunto, como se pretende; los árboles
impedirían ver el bosque. A cubrir esta necesidad viene esta disciplina
concreta, que tiene una entidad en sí misma. Es esta una asignatura joven
todavía; arranca, en el ámbito curricular católico, sobre todo de la renovación
conciliar del Vaticano 11 (cfr. Optaran: totitcs, n. 16) en donde se puede descubrir
un cieno estilo nuevo propiciado por el Concilio (respecto al modus operandi
anterior), que apunta a la consideración de las coordenadas temporales y su
incidencia en la teología. De igual manera, como es bien conocido, la
renovación conciliar trata de adecuar la exposición del mensaje cristiano a la
mentalidad y peculiaridades de los hombres y mujeres contemporáneos, lo cual,
obviamente. tiene consecuencias también en el teologizar. ¿Dificultades para
conseguir estos objetivos? Existen diversas, pero una fundamental: la portada y
amplitud de la materia a estudiar. Si quisiéramos estudiar toda la Historia de
la filosofía en un solo curso, con los límites didácticos que ello implica, se
pensaría en una tarea casi imposible (si se pretende hacer con un cieno nivel
académico y sin quedarse en una tarea meramente divulgativa). Ello implica un
reto metodológico y didáctico de dificultad elevada. No es posible hacer un
estudio significativo de épocas, autores y pensamiento teológico a lo largo de
veinte siglos de cristianismo en un solo curso, por lo demás. breve.
Las buenas Historias de la Teología
científicas, que van saliendo a la luz en la actualidad. constan, en general,
de varios gruesos volúmenes. Habrá que buscar (y encontrar) entonces algún
método para poder estudiar la Historia de la teología en la etapa curricular
con cieno sentido y utilidad formativas. Un método posible y, quizá, práctico
sería exponer los distintos ande. los teológicos que se han dado a lo largo de
los siglos (en caso de que se puedan definir con precisión), para observar cómo
a partir de un punto determinado la Teología nace, crece, madura y se
desarrolla cada vez más (aunque haya también momentos de inflexión),
produciendo frutos positivos concretos. En el fondo, la Teología siempre implica
una respuesta de la inteligencia cristiana ante los retos y problemas
planteados por la cultura de una época determinada. Por lo tanto, lo que se
puede intentar es establece el marco histórico cultural de cada época y ver qué
teología tiene lugar en ese momento histórico. Hay. desde luego, una cierta
continuidad entre las diversas épocas y los diversos modelos teológicos, de
manera que sería como un gran edificio, el cual, puestos los cimientos firmes
necesarios, va creciendo en alturas (piso sobre piso); de modo semejante. la
teología, sobre el cimiento firme de la Fe que busca ser entendida mejor, va
elevándose y creciendo, por un lado, asimilando lo ya conseguido y, por otro,
siendo original y creativa ante los nuevos retos y exigencias de cada época
histórica. Es claro que, junto a momentos especialmente creativos. se dan otros
momentos de cierto estancamiento o más repetitivos; junto a grandes cimas
existen barrancos y valles profundos; pero la teología (como la ltzlesial sigue
adelante y permanece viva en el tiempo. con la asistencia de Dios y el esfuerzo
científico humano. i Por otra parte. cl decurso histórico de la teología, como
toda experiencia humana en el tiempo, es enormemente aleccionador para aprender
y mejorar en dicho quehacer Cicerón afirmaba que desconocer la historia (en el
sentido clásico de la palabra) es permanecer siempre como niños; es decir,
balbuceantes, inseguros y sin madurez suficiente. Esto es aplicable también a
la teología, la cual. aunque parte de una realidad que no es puramente humana,
está hecha por hombres y para hombres (aun que Dios acompañe e inspire
siempre). Si no se puede hacer buena filo-gong% sin conocer a fondo la Historia
de la filosofía (como es admitido comúnmente), algo parecido cabe decir del
quehacer teológico (natural-mente, M'Iríais matandis). Utilizando una metáfora
deportiva, podríamos decir que se trata de trazar una especie de mapa de la cordillera
del Himalaya teológico. y señalar las grandes cimas del pensamiento teológico;
junto a las cuales se dibujarán necesariamente grandes depresiones intermedias.
En otras palabras, hay grandes genios creadores (o momentos originales de la
historia teológica) y hay también momentos de crisis y decadencia. a los que
sigue otra ascensión creativa.
2.
Distinción entre Patrología, Historia de la Filosofía, Historia de los Dogmas e
Historia de la Teología.
Existe otra disciplina curricular que es la Patrología, que se ocupa del estudio de los Santos Padres de la Iglesia (testigos cualificados de la Tradición) y de toda la literatura que se produce en la Antigüedad cristiana (siglos ti a vitt). Evidentemente conecta con la Historia de la Teología por-que muchos de los Santos Padres son al mismo tiempo los grandes teólogos de primera hora; es más, son los inventores de la teología, todavía en sus primeros estadios de desarrollo (como una buena semilla que enseguida germina y comienza a crecer). No obstante, la Patrología es más amplia y abarcante que la Historia de la Teología; no solo estudia autores y obras, sino también documentos literarios de la Antigüedad cristiana; el método de estudio de ambas disciplinas también difiere ampliamente.
Existe otra disciplina curricular que es la Patrología, que se ocupa del estudio de los Santos Padres de la Iglesia (testigos cualificados de la Tradición) y de toda la literatura que se produce en la Antigüedad cristiana (siglos ti a vitt). Evidentemente conecta con la Historia de la Teología por-que muchos de los Santos Padres son al mismo tiempo los grandes teólogos de primera hora; es más, son los inventores de la teología, todavía en sus primeros estadios de desarrollo (como una buena semilla que enseguida germina y comienza a crecer). No obstante, la Patrología es más amplia y abarcante que la Historia de la Teología; no solo estudia autores y obras, sino también documentos literarios de la Antigüedad cristiana; el método de estudio de ambas disciplinas también difiere ampliamente.
Para
algunos estudiosos, la Historia de la Teología debería comenzar allí donde
acaba la Patrología; se evitaría así supuestamente repeticiones inútiles y
demás inconvenientes relacionados. Para otros (quizá cada vez más numerosos),
la Historia de la Teología debería comenzar desde el inicio (siglo ll),
estudiando una selección cuidadosa de determinados Padres con especial
relevancia teológica; de otra manera, afirma este segundo grupo de estudiosos,
sería difícil entender toda la historia teológica posterior. En efecto, el
punto de partida de la teología está en los Santos Padres; ellos abren camino y
de algún modo condicionan el quehacer teológico posterior. Aquí procuraremos
seguir este segundo criterio. Ciertamente la teología de los Santos Padres no
es siempre una y la misma, pero a grandes rasgos sí es posible hablar de un
modelo teológico patrístico, caracterizado por un conjunto de cualidades y
notas comunes, que es el punto de arranque de toda la teología subsiguiente.
Esta conspiración global, en perspectiva
teológica, no suele hacerse en la disci-1)1 i na curricular patrística. De otra
parte, la Teología siempre es fruto de una interrelación entre Fe y Razón: la
inteligencia humana y las ciencias, que buscan entender más y sistematizar de
algún modo el misterio cristiano revelado en Jesucristo. En consecuencia,
siempre hay una relación con la Filosofía de ida época. Esa base racional
natural. que investiga el porqué y el cómo de las realidades terrenas influye y
hasta condiciona de algún modo el quehacer teológico de todas las épocas, para
bien o para mal. Sin embargo, la Filosofía y la Teología son disciplinas
independientes, aunque relacionadas; esto queda plenamente establecido a partir
de la definición del estatuto científico de la Teología en el siglo xiii por
santo Tomás de Aquino. Desde el siglo XVIII en adelante, con el fenómeno
cultural denominado comúnmente Ilustración, la cuestión se vuelve a complicar
puesto que el racionalismo ilustrado produce de manera progresiva una separación
oposición entre Fe (Teología) y Razón (Ciencias humanas). El apogeo del
Racionalismo produce de algún modo un eclipse teológico cada vez más agudo. En
conformidad con ello, algunos autores en este sector temporal escriben una
Historia de la Teología con fuertes dosis de Filoso-fía. No tiene por qué ser
así si las cosas se delimitan bien. Finalmente digamos que la Historia de la
Teología como disciplina científica no se confunde con lo que se dio en llamar,
no mucho tiempo atrás, Historia de los Dogmas.
A comienzos del siglo xx entró de lleno en la
discusión teológica la cuestión del desarrollo doctrinal o dogmático, lo cual
al principio suscitaba algunos problemas teológicos de fondo. En ti t. otras
cosas, este fenómeno dio lugar a un gran empeño por estudiar el desarrollo
histórico de los dogmas cristianos; aparecieron diversas colecciones
científicas bajo el título general: Historia de los Dogmas. Ello se llevó a
cabo metodológicamente parcelando el conjunto de la teología dogmática, sobre
todo. Su objeto y método apuntaba a estudiar las controversias teológicas sobre
determinados puntos dogmáticos, los Concilios (sobre todo, Generales) que
definieron finalmente esas cuestiones, así como otras actuaciones del
Magisterio jerárquico de la Iglesia. El sesgo histórico de estos estudios es
evidente. Sin embargo, la Historia de la Teología se distingue claramente de la
Historia de los Dogmas. De lo que expusimos más arriba se deduce con evidencia
en qué consiste esa diferenciación. La Historia de los Dogmas se ocupa de las
vicisitudes históricas que rodearon la formulación de las definiciones
dogmáticas por el magisterio eclesiástico; su objeto propio es el dogma
cristiano, no la teología en general. Por lo tanto, tiene un carácter
marcadamente lectoral: historia de herejías, controversias teológicas,
Concilios, etc., en una parcela dogmática concreta (por ejemplo, el misterio
trinitario o la Cristología).
En
esta perspectiva no es posible percibir el desarrollo del quehacer teológico en
su conjunto a lo largo de los siglos. La Historia de la Teología, en cambio,
pretende exponer dicho que-hacer teológico inserto en unas coordenadas
espacio-temporales y socio-culturales amplias (no centradas en los dogmas tan
solo), con todo un conjunto de cuestiones planteadas que no se pueden parcelar
en torno a un dogma cristiano concreto. Todo lo que antecede queda expuesto con
brevedad y precisión en la excelente obra de síntesis de H. Rondet, Historia
del dogma (París 1970), donde en la Introducción metodológica se abordan todas
estas cuestiones; aquí se afirma, por ejemplo: «La historia del dogma, si bien
es formal-mente distinta de la historia de la teología, es, sin embargo,
absolutamente inseparable de ella e interfiere constantemente con la historia
de las doctrinas filosóficas» (p. 22). Pero se podría añadir con toda razón: la
historia de la teología es perfectamente separable de la historia de los
dogmas, al igual que la historia de la filosofía. Aquí no vamos a hacer
Historia de los dogmas, sino Historia de la teología, disciplina que quizá
tenga algún punto de contacto con la anterior pero que, sin duda, es diferente
por su objeto y metodología; por ello parece que no sería correcto desde el
punto de vista científico que se sola-pasen o confundiesen.
3.
Periodización de la Historia de la Teología.
La teología tiene su particular ritmo interior dentro de la Historia de la Iglesia y de la cultura, aunque se inserta, como es lógico, dentro de la periodización general de la Historia; es decir, tiene sus peculiaridades propias. En una primera aproximación se puede trazar un marco histórico en varios grandes períodos: a) Patrístico (siglos II a viti); b) Escolástico medieval (siglos xi a xv); c) Renacentista y barroco (siglos xvi-xvu); d) Racionalista ilustrado/liberal y el subsiguiente de renovación teológica católica (siglos xvm-XIX); e) Contemporáneo o de renovación conciliar (siglo xx). Si queremos precisar más en detalle, dentro de estos ámbitos temporales cabe hablar de épocas concretas, que conllevan unos ciertos modelos teológicos (no siempre, como veremos). Así saldría el siguiente cuadro esquemático: • Teología patrística (siglos Es el nacimiento y primer desarrollo de la Teología, que alcanza su cima en san Agustín de Hipona (siglos iv-v). En su término final están san Juan Damasceno en Oriente y san Isidoro de Sevilla en Occidente. • Teología monástica (o carolingia) (siglos ix a xi), también denominada a veces período carolingio o pre escolástico. Constituye el puente entre la Edad de los Santos Padres y la Edad Media propiamente dicha. • Teología Escolástica medieval (siglo xii a xv), que se articula en tres partes diferenciadas. -a) Primera Escolástica (siglos xmr), donde se opera el renacimiento cultural que aportan las Escuelas catedralicias urbanas, con orientaciones nuevas derivadas del uso de la lógica aristotélica, germen de lo que vendrá enseguida. Los autores principales son san Anselmo de Aosta, Pedro Abelardo y, sobre todo, Pedro Lombardo (llamado Maestro de las Sentencias). b) Alta Escolástica (siglo xm) o Edad de Oro de la Escolástica, con la aparición de la Universidad de París y los grandes maestros universitarios, cuya cima es santo Tomás de Aquino. c) Baja Escolástica (siglos xrv-xv). A partir de este momento, la gran teología parisina anterior se fracciona en escuelas teológicas enfrenta-das, con la aparición del escotismo (Juan Dunse Escoto) y el nominalismo (Guillermo de Ockham), además de la escuela tomista. Paulatinamente se opera un declive teológico continuado hasta el siglo xvi.
La teología tiene su particular ritmo interior dentro de la Historia de la Iglesia y de la cultura, aunque se inserta, como es lógico, dentro de la periodización general de la Historia; es decir, tiene sus peculiaridades propias. En una primera aproximación se puede trazar un marco histórico en varios grandes períodos: a) Patrístico (siglos II a viti); b) Escolástico medieval (siglos xi a xv); c) Renacentista y barroco (siglos xvi-xvu); d) Racionalista ilustrado/liberal y el subsiguiente de renovación teológica católica (siglos xvm-XIX); e) Contemporáneo o de renovación conciliar (siglo xx). Si queremos precisar más en detalle, dentro de estos ámbitos temporales cabe hablar de épocas concretas, que conllevan unos ciertos modelos teológicos (no siempre, como veremos). Así saldría el siguiente cuadro esquemático: • Teología patrística (siglos Es el nacimiento y primer desarrollo de la Teología, que alcanza su cima en san Agustín de Hipona (siglos iv-v). En su término final están san Juan Damasceno en Oriente y san Isidoro de Sevilla en Occidente. • Teología monástica (o carolingia) (siglos ix a xi), también denominada a veces período carolingio o pre escolástico. Constituye el puente entre la Edad de los Santos Padres y la Edad Media propiamente dicha. • Teología Escolástica medieval (siglo xii a xv), que se articula en tres partes diferenciadas. -a) Primera Escolástica (siglos xmr), donde se opera el renacimiento cultural que aportan las Escuelas catedralicias urbanas, con orientaciones nuevas derivadas del uso de la lógica aristotélica, germen de lo que vendrá enseguida. Los autores principales son san Anselmo de Aosta, Pedro Abelardo y, sobre todo, Pedro Lombardo (llamado Maestro de las Sentencias). b) Alta Escolástica (siglo xm) o Edad de Oro de la Escolástica, con la aparición de la Universidad de París y los grandes maestros universitarios, cuya cima es santo Tomás de Aquino. c) Baja Escolástica (siglos xrv-xv). A partir de este momento, la gran teología parisina anterior se fracciona en escuelas teológicas enfrenta-das, con la aparición del escotismo (Juan Dunse Escoto) y el nominalismo (Guillermo de Ockham), además de la escuela tomista. Paulatinamente se opera un declive teológico continuado hasta el siglo xvi.
• Teología Humanista del siglo xvi (siglo xvi
hasta final de Trento). La Reforma protestante (1517-ss) actúa como gran
catalizador de los esfuerzos renovadores católicos, al tiempo que exige una
nueva profundización en el intellectus fidei. La Escuela de Salamanca de
Francisco de Vitoria será quien lleve a cabo, principalmente, dichos empeños
renovadores en sede teológica; la cima aquí será Melchor Cano con su original
epistemología teológica en su obra De locis theologicis (1563).
•
Teología Barroca (siglo xvi finales-siglo )(vil). Después de la clarificación
que Trento supuso en todos los órdenes, la Teología católica se enzarza en
graves disputas internas con la controversia De auxiliis primero, y después con
la no menos dura controversia jansenista. Aquí des-tacan figuras como D. Báñez
o E Suárez, sobre todo. Pero la excesiva preponderancia del elemento
especulativo de la teología, radicalizado en cierta medida en el calor de las
disputas de la época, hace que se inicie un período de estancamiento y larga
decadencia a partir de la gran teología del siglo vi.
•
Teología racionalista ilustrada (siglo xviii). El Deísmo inglés y la Enciclopedia
francesa marcan un giro copernicano en el devenir de la cultura moderna y,
subsiguientemente, de la teología: es la época del Racionalismo ilustrado, que
dará paso más adelante a la época del Liberalismo en todos los órdenes
(filosófico, político, económico). A partir de este momento, la decadencia de
la teología católica es ininterrumpida; ya no se da un perfil claro de modelo
teológico, como antes, sino que nos encontramos en un ambiente nebuloso,
inestable y de cierta oscuridad; asistimos a un fuerte estancamiento teológico,
que, en el fragor del es-fuerzo apologético, llega a producir una teología a la
defensiva y cenada en sí misma. Oteando el horizonte no se vislumbran talentos
originales y creadores que saquen a la teología del impass y la postración en
la que se encuentra.
• Teología de la Época Romántica y Liberal
(siglo xix). El despertar del movimiento romántico frente a la frialdad
racionalista tiene un eco in-mediato en teología, que se inicia en el
protestantismo con Schleiermacher y su doctrina del sentimiento religioso y
continúa, avanzado el siglo XIX, con el importante movimiento de la teología
liberal protestante, de amplia repercusión en el campo católico. La teología
católica en este siglo contempla el inicio de una franca re-novación que irá
consolidándose poco a poco. Se pueden señalar tres hi-tos de relieve en este
esfuerzo por recuperar el pulso del quehacer teológico:
a)
La Escuela de Tubinga (católica) con J. A. Mühler como figura principal;
b)
El movimiento de Oxford (inicialmente dentro del Anglicanismo) con otra gran
figura teológica como es J. H. Newman;
c) La Es-cuela Romana de los jesuitas, que
marca el inicio de la recuperación de la gran tradición escolástica, con
teólogos como G. Perrone y J. B. Franzelin.
Esta nueva época se apoya, por un lado, en la
sólida aportación doctrinal operada por el Concilio Vaticano I (1869) y, por
otro, en el nuevo estilo eclesial que trae consigo el pontificado de León XIII
(1879), seña-lado a veces como el primer Papa de la modernidad. Efectivamente,
este Sumo Pontífice aborda en directo los graves problemas teológicos pen-dientes,
como eran la exégesis bíblica y, sobre todo, la recuperación de la gran
tradición filosófica y teológica medieval; su encíclica Aeterni Patris (1879)
marca el punto de partida oficial de la neo escolástica y del neotomismo que
entran de lleno en el siglo xx.
• Teología contemporánea (I) hasta el Vaticano
II (siglo xx, primera mitad). El azaroso decurso histórico de la renovación
teológica, ya en marcha, pasa por la gran crisis del Modernismo y la respuesta
de san Pío X en la encíclica Pascendi (1907), así como por el cataclismo de las
dos Guerras Mundiales de gran repercusión en el ánimo de los teólogos del
momento, tanto protestantes como católicos. Junto a la corriente neo
escolástica en marcha (con autores como GarrigouLagrange, Gardeil, Ramírez y
otros), aparecen una nueva generación de teólogos que sirtien una línea
distinta, más bíblica y pastoral (de vuelta a las fuentes primitivas), con un
estilo teológico nuevo, que será apodada como «Nouvelle Theologie» por los de
la línea tradicional, marcando un cierto con- gaste entre ambas. La encíclica
de Pío XII Humani generis (1950) pone ciertos límites a los nuevos bríos
teológicos, interpretado por algunos a ti lores como una descalificación de la
Nouvelle Theologie, cosa solo pal (*talmente cierta, pues el propio Pío. XII
impulsa por otro lado el moraI miento litúrgico y bíblico que está detrás de
esos nuevos aires teológicos. El empeño renovador de esos jóvenes teólogos
(entre los que se (menet t tran Y. M. Congar y H. De Lubac) queda un tanto frenado
momcnt i11c., mente para reaparecer posteriormente, eliminados los peligros
doctrina les que existieron.
• Teología contemporánea (II) y su renovación
efectiva en torno al tan cano II (siglo xx, segunda mitad). Con Juan XXIII
(1958) adviene tina nueva época de la historia eclesiástica que abre el
Concilio Vaticano En dicho concilio (su preparación, su desarrollo y sus.
documentos I Males) cristalizan toda una serie de afanes renovadores que venían
de tiempo atrás: un concilio de carácter primordialmente pastoral, que, entre
otras cosas, se propone adecuar la tarea evangelizadora de la Iglesia a la
mentalidad y cultura del hombre contemporáneo, meditando acerca del misterio de
la Iglesia y su unidad (ad intra), al tiempo que trata de dialogar con un mundo
secularizado e indiferentista en materia religiosa (ad extra). En referencia a
la teología misma desembocan en el Vaticano las dos corrientes teológicas antes
señaladas: junto a la afirmación de la tradición teológica clásica
(sistemática, especulativa, la autoridad de santo Tomás de Aquino, etc.)
también se abre la puerta al nuevo estilo de teologizar que flota en el
ambiente contemporáneo: vuelta a las fuentes primitivas de la Revelación
(Escritura y tradición patrística), carácter pastoral y litúrgico, sentido
creativo y positivo, etc. En el propio Concilio actúan como peritos de los
Padres conciliares figuras destacadas de las nuevas generaciones teológicas,
como Congar, Rahner, De Lubac, Ratzinger y otros, que influyen de manera
relevante, junto a los teólogos de la línea clásica, en los trabajos
conciliares.
De
este modo se puede afirmar que el propio Concilio Vaticano II aglutina y
ensambla, dentro de una misma teología renovada, las diversas corrientes
anteriores muy diferentes entre sí (en estilo, temática, etc.) e incluso, en
ocasiones, en cierta confrontación. La ansiada renovación teológica, que desde
hacía más de un siglo se intentaba con esfuerzo e ilusión, tiene lugar ahora
efectivamente, al menos in nuce (1965).
•
La Teología contemporánea postconciliar (III) (siglo xx finales y si-glo xxr).
El problema 4e la hermenéutica o interpretación del Vaticano II, en su sector
menos afortunado, determinará en gran parte la crisis post-conciliar de los
años 70-80, que afectará de lleno a una parte significativa de la teología de
esos años. En el ámbito protestante aparece una cierta teología política o de
la secularización, que poco después influye en el ámbito católico con fuertes
matices marxistas, como es el caso de la Teología de la Liberación
latinoamericana (aunque algunos de sus fundadores se forman teológicamente en
Alemania). Superada en gran medida la fiebre filomarxista, sobre todo con la
caída del tristemente famoso Muro de Berlín (1989), la situación de la teología
católica se encuentra ante una crisis cultural de dimensiones globales; es lo
que algunos han denominado Postmodernidad, o también Pensamiento débil
postmoderno, es decir, una actitud escéptica y relativista, referida
especialmente a las capacidades cognoscitivas humanas, que rechaza de plano
cualquier pretensión del conocimiento humano de alcanzar la verdad y el ser de
las cosas intramundanas, mucho más a fortiori de realidad alguna trascendente.
Es una especie de vuelta al paganismo ancestral, a la mitología antigua, que a
veces se mezcla (o se refugia) en concepciones orientales panteístas o en
reductos marginales de cienciología de corte gnóstico. ¿Qué decir, entonces, de
la pretendida renovación de la teología católica? ¿En qué situación nos
encontramos al presente? ¿Hemos salido de la postración teológica que data de
la Ilustración racionalista? Hay, sin duda, muchos aspectos positivos y
esperanzadores, al margen de los aspectos negativos señalados de la crisis
postconciliar. Podríamos decir que estamos ya instalados en una nueva época
eclesial y teológica que se asienta firmemente en los verdaderos frutos del
Vaticano II.
La Teología está purificada de aquellas lacras
en las que cayó, y se halla en un camino nuevo, renovado y a la altura de los
tiempos modernos. Este camino está siendo recorrido ya de facto, pero estamos
en los inicios; los cambios positivos y los efectos de la renovación teológica
postconciliar tienen un ritmo más bien lento (visto a la luz de la celeridad de
nuestra época contemporánea). Pero es evidente que estamos en otra época y que
los sanos fundamentos están bien puestos. Nos hallamos en pleno crecimiento
juvenil. Las grandes figuras teológicas contemporáneas empiezan a dar frutos
buenos y abundantes: Congar, De Lubac, Urs von Balthasar (todos ellos nombrados
cardenales por Juan Pablo II), además de Rahner, Ratzinger (que ha alcanzado el
Sumo Pontificado), y otros de esa nueva generación, nos han legado una obra
teológica importante, que es cada vez más conocida e influyente en los diversos
ámbitos eclesiales y pastorales. La «paja» que pudiera haber mezclada con el
«trigo» ya voló; con el paso del tiempo, solo queda el trigo bueno. Ahora toca
crecer y desarrollar esa Inicua simiente.
El
tiempo teológico es lento pero el porvenir esperanza-dor se vislumbra en el
horizonte. Quizá uno de los mayores retos planteados hoy sea enfocar equilibradamente,
y superar en alguna medida, la excesiva especialización a que lleva la división
disciplinar teológica; se echan en falta verdaderos «teólogos sabios», es
decir, que dominen todo el conjunto de la teología, la cual, al fin de cuentas,
es «una» (tiene una unidad interna esencial) y no plural. Aquí nos encontramos
ya ante el futuro inmediato.
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