martes, 24 de noviembre de 2015
martes, 27 de octubre de 2015
sábado, 17 de octubre de 2015
INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA. LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA COMO DISCIPLINA TEOLÓGICA
INTRODUCCIÓN
A LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA. LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA COMO DISCIPLINA
TEOLÓGICA
1.
Noción, objeto y metodología
La
pregunta inicial, a la que se debería responder, sería: ¿qué es la Historia de
la Teología? ¿De qué se trata exactamente? En una primera aproximación se
podría responder que es una disciplina teológica que intenta estudiar el
quehacer teológico dentro de las coordenadas espacio temporales y, por tanto,
dentro del acontecer histórico, desde el origen de la teología hasta nuestros
días. Se da una cierta analogía con la Historia de la filosofía que nos puede
ayudar a clarificar la cuestión; con la diferencia fundamental de que la
Teología es un saber científico peculiar; sus principios parten de la
Revelación sobrenatural y la Fe (fides quaerens intellectum), en consecuencia,
la identidad esencial de le Teología (su naturaleza propia) es siempre la misma
a lo largo de la historia. Sin embargo, como toda realidad humana, se realiza
en un marco temporal y, por tanto, tiene un desarrollo histórico ineludible.
No es pura historia (mucho menos en el sentido
positivista actual), pero tampoco es algo intemporal, puramente abstracto o
teórico. Dicho en otros términos, en esta disciplina se deberían evitar dos
extremos opuestos: por un lado, el peligro de historicismo relativista referido
a la teología, que subraya la historia y sus métodos como si la teología fuera
una realidad cambiante, totalmente distinta en cada época histórica, y empezara
ex novo en cada ámbito cultural; en cambio, como veíamos, la teología es una y
la misma siempre, pero de algún modo cambia también con el tiempo, en el
sentido de que crece, madura, se perfecciona a lo largo de los siglos. En el
otro extremo estaría una visión de la teología en cierta manera intemporal o
demasiado teórica, como algo cerrado en sí mismo, casi independiente del
acontecer histórico, con los inconvenientes que ello conllevaría. Así pues,
parece claro que ni un extremo ni el otro son del todo correctos. Se trataría
entonces de guardar un cieno equilibrio entre ambas concepciones. apropiándonos
lo bueno y positivo que pueda contenerse en sendos enfoques.
En
tal sentido, el objetivo primordial de esta disciplina sería adquirir una
visión de conjunto (a ojo de pájaro, podríamos decir) del decurso de la
teología a lo largo del tiempo, con sus condicionamientos culturales y
eclesiásticos. Esto en el caso de la teología (como en el de la filosofía) no
constituye una simple curiosidad erudita, sino que ayuda en gran manera a
adquirir una buena formación teológica dentro de los estudios teológicos
institucionales, como se irá mostrando. Es necesario, entonces, conocer el esfuerzo
secular de los grandes sabios cristianos, sus éxitos y sus fracasos, los retos
a los que se enfrentaron, para sacar de ahí experiencia de cara al futuro. Si
se estudiara la Historia de la teología solo en ámbitos particulares del
quehacer teológico, o únicamente en relación con la historia de los dogmas,
seria difícil hacerse una idea de conjunto, como se pretende; los árboles
impedirían ver el bosque. A cubrir esta necesidad viene esta disciplina
concreta, que tiene una entidad en sí misma. Es esta una asignatura joven
todavía; arranca, en el ámbito curricular católico, sobre todo de la renovación
conciliar del Vaticano 11 (cfr. Optaran: totitcs, n. 16) en donde se puede descubrir
un cieno estilo nuevo propiciado por el Concilio (respecto al modus operandi
anterior), que apunta a la consideración de las coordenadas temporales y su
incidencia en la teología. De igual manera, como es bien conocido, la
renovación conciliar trata de adecuar la exposición del mensaje cristiano a la
mentalidad y peculiaridades de los hombres y mujeres contemporáneos, lo cual,
obviamente. tiene consecuencias también en el teologizar. ¿Dificultades para
conseguir estos objetivos? Existen diversas, pero una fundamental: la portada y
amplitud de la materia a estudiar. Si quisiéramos estudiar toda la Historia de
la filosofía en un solo curso, con los límites didácticos que ello implica, se
pensaría en una tarea casi imposible (si se pretende hacer con un cieno nivel
académico y sin quedarse en una tarea meramente divulgativa). Ello implica un
reto metodológico y didáctico de dificultad elevada. No es posible hacer un
estudio significativo de épocas, autores y pensamiento teológico a lo largo de
veinte siglos de cristianismo en un solo curso, por lo demás. breve.
Las buenas Historias de la Teología
científicas, que van saliendo a la luz en la actualidad. constan, en general,
de varios gruesos volúmenes. Habrá que buscar (y encontrar) entonces algún
método para poder estudiar la Historia de la teología en la etapa curricular
con cieno sentido y utilidad formativas. Un método posible y, quizá, práctico
sería exponer los distintos ande. los teológicos que se han dado a lo largo de
los siglos (en caso de que se puedan definir con precisión), para observar cómo
a partir de un punto determinado la Teología nace, crece, madura y se
desarrolla cada vez más (aunque haya también momentos de inflexión),
produciendo frutos positivos concretos. En el fondo, la Teología siempre implica
una respuesta de la inteligencia cristiana ante los retos y problemas
planteados por la cultura de una época determinada. Por lo tanto, lo que se
puede intentar es establece el marco histórico cultural de cada época y ver qué
teología tiene lugar en ese momento histórico. Hay. desde luego, una cierta
continuidad entre las diversas épocas y los diversos modelos teológicos, de
manera que sería como un gran edificio, el cual, puestos los cimientos firmes
necesarios, va creciendo en alturas (piso sobre piso); de modo semejante. la
teología, sobre el cimiento firme de la Fe que busca ser entendida mejor, va
elevándose y creciendo, por un lado, asimilando lo ya conseguido y, por otro,
siendo original y creativa ante los nuevos retos y exigencias de cada época
histórica. Es claro que, junto a momentos especialmente creativos. se dan otros
momentos de cierto estancamiento o más repetitivos; junto a grandes cimas
existen barrancos y valles profundos; pero la teología (como la ltzlesial sigue
adelante y permanece viva en el tiempo. con la asistencia de Dios y el esfuerzo
científico humano. i Por otra parte. cl decurso histórico de la teología, como
toda experiencia humana en el tiempo, es enormemente aleccionador para aprender
y mejorar en dicho quehacer Cicerón afirmaba que desconocer la historia (en el
sentido clásico de la palabra) es permanecer siempre como niños; es decir,
balbuceantes, inseguros y sin madurez suficiente. Esto es aplicable también a
la teología, la cual. aunque parte de una realidad que no es puramente humana,
está hecha por hombres y para hombres (aun que Dios acompañe e inspire
siempre). Si no se puede hacer buena filo-gong% sin conocer a fondo la Historia
de la filosofía (como es admitido comúnmente), algo parecido cabe decir del
quehacer teológico (natural-mente, M'Iríais matandis). Utilizando una metáfora
deportiva, podríamos decir que se trata de trazar una especie de mapa de la cordillera
del Himalaya teológico. y señalar las grandes cimas del pensamiento teológico;
junto a las cuales se dibujarán necesariamente grandes depresiones intermedias.
En otras palabras, hay grandes genios creadores (o momentos originales de la
historia teológica) y hay también momentos de crisis y decadencia. a los que
sigue otra ascensión creativa.
2.
Distinción entre Patrología, Historia de la Filosofía, Historia de los Dogmas e
Historia de la Teología.
Existe otra disciplina curricular que es la Patrología, que se ocupa del estudio de los Santos Padres de la Iglesia (testigos cualificados de la Tradición) y de toda la literatura que se produce en la Antigüedad cristiana (siglos ti a vitt). Evidentemente conecta con la Historia de la Teología por-que muchos de los Santos Padres son al mismo tiempo los grandes teólogos de primera hora; es más, son los inventores de la teología, todavía en sus primeros estadios de desarrollo (como una buena semilla que enseguida germina y comienza a crecer). No obstante, la Patrología es más amplia y abarcante que la Historia de la Teología; no solo estudia autores y obras, sino también documentos literarios de la Antigüedad cristiana; el método de estudio de ambas disciplinas también difiere ampliamente.
Existe otra disciplina curricular que es la Patrología, que se ocupa del estudio de los Santos Padres de la Iglesia (testigos cualificados de la Tradición) y de toda la literatura que se produce en la Antigüedad cristiana (siglos ti a vitt). Evidentemente conecta con la Historia de la Teología por-que muchos de los Santos Padres son al mismo tiempo los grandes teólogos de primera hora; es más, son los inventores de la teología, todavía en sus primeros estadios de desarrollo (como una buena semilla que enseguida germina y comienza a crecer). No obstante, la Patrología es más amplia y abarcante que la Historia de la Teología; no solo estudia autores y obras, sino también documentos literarios de la Antigüedad cristiana; el método de estudio de ambas disciplinas también difiere ampliamente.
Para
algunos estudiosos, la Historia de la Teología debería comenzar allí donde
acaba la Patrología; se evitaría así supuestamente repeticiones inútiles y
demás inconvenientes relacionados. Para otros (quizá cada vez más numerosos),
la Historia de la Teología debería comenzar desde el inicio (siglo ll),
estudiando una selección cuidadosa de determinados Padres con especial
relevancia teológica; de otra manera, afirma este segundo grupo de estudiosos,
sería difícil entender toda la historia teológica posterior. En efecto, el
punto de partida de la teología está en los Santos Padres; ellos abren camino y
de algún modo condicionan el quehacer teológico posterior. Aquí procuraremos
seguir este segundo criterio. Ciertamente la teología de los Santos Padres no
es siempre una y la misma, pero a grandes rasgos sí es posible hablar de un
modelo teológico patrístico, caracterizado por un conjunto de cualidades y
notas comunes, que es el punto de arranque de toda la teología subsiguiente.
Esta conspiración global, en perspectiva
teológica, no suele hacerse en la disci-1)1 i na curricular patrística. De otra
parte, la Teología siempre es fruto de una interrelación entre Fe y Razón: la
inteligencia humana y las ciencias, que buscan entender más y sistematizar de
algún modo el misterio cristiano revelado en Jesucristo. En consecuencia,
siempre hay una relación con la Filosofía de ida época. Esa base racional
natural. que investiga el porqué y el cómo de las realidades terrenas influye y
hasta condiciona de algún modo el quehacer teológico de todas las épocas, para
bien o para mal. Sin embargo, la Filosofía y la Teología son disciplinas
independientes, aunque relacionadas; esto queda plenamente establecido a partir
de la definición del estatuto científico de la Teología en el siglo xiii por
santo Tomás de Aquino. Desde el siglo XVIII en adelante, con el fenómeno
cultural denominado comúnmente Ilustración, la cuestión se vuelve a complicar
puesto que el racionalismo ilustrado produce de manera progresiva una separación
oposición entre Fe (Teología) y Razón (Ciencias humanas). El apogeo del
Racionalismo produce de algún modo un eclipse teológico cada vez más agudo. En
conformidad con ello, algunos autores en este sector temporal escriben una
Historia de la Teología con fuertes dosis de Filoso-fía. No tiene por qué ser
así si las cosas se delimitan bien. Finalmente digamos que la Historia de la
Teología como disciplina científica no se confunde con lo que se dio en llamar,
no mucho tiempo atrás, Historia de los Dogmas.
A comienzos del siglo xx entró de lleno en la
discusión teológica la cuestión del desarrollo doctrinal o dogmático, lo cual
al principio suscitaba algunos problemas teológicos de fondo. En ti t. otras
cosas, este fenómeno dio lugar a un gran empeño por estudiar el desarrollo
histórico de los dogmas cristianos; aparecieron diversas colecciones
científicas bajo el título general: Historia de los Dogmas. Ello se llevó a
cabo metodológicamente parcelando el conjunto de la teología dogmática, sobre
todo. Su objeto y método apuntaba a estudiar las controversias teológicas sobre
determinados puntos dogmáticos, los Concilios (sobre todo, Generales) que
definieron finalmente esas cuestiones, así como otras actuaciones del
Magisterio jerárquico de la Iglesia. El sesgo histórico de estos estudios es
evidente. Sin embargo, la Historia de la Teología se distingue claramente de la
Historia de los Dogmas. De lo que expusimos más arriba se deduce con evidencia
en qué consiste esa diferenciación. La Historia de los Dogmas se ocupa de las
vicisitudes históricas que rodearon la formulación de las definiciones
dogmáticas por el magisterio eclesiástico; su objeto propio es el dogma
cristiano, no la teología en general. Por lo tanto, tiene un carácter
marcadamente lectoral: historia de herejías, controversias teológicas,
Concilios, etc., en una parcela dogmática concreta (por ejemplo, el misterio
trinitario o la Cristología).
En
esta perspectiva no es posible percibir el desarrollo del quehacer teológico en
su conjunto a lo largo de los siglos. La Historia de la Teología, en cambio,
pretende exponer dicho que-hacer teológico inserto en unas coordenadas
espacio-temporales y socio-culturales amplias (no centradas en los dogmas tan
solo), con todo un conjunto de cuestiones planteadas que no se pueden parcelar
en torno a un dogma cristiano concreto. Todo lo que antecede queda expuesto con
brevedad y precisión en la excelente obra de síntesis de H. Rondet, Historia
del dogma (París 1970), donde en la Introducción metodológica se abordan todas
estas cuestiones; aquí se afirma, por ejemplo: «La historia del dogma, si bien
es formal-mente distinta de la historia de la teología, es, sin embargo,
absolutamente inseparable de ella e interfiere constantemente con la historia
de las doctrinas filosóficas» (p. 22). Pero se podría añadir con toda razón: la
historia de la teología es perfectamente separable de la historia de los
dogmas, al igual que la historia de la filosofía. Aquí no vamos a hacer
Historia de los dogmas, sino Historia de la teología, disciplina que quizá
tenga algún punto de contacto con la anterior pero que, sin duda, es diferente
por su objeto y metodología; por ello parece que no sería correcto desde el
punto de vista científico que se sola-pasen o confundiesen.
3.
Periodización de la Historia de la Teología.
La teología tiene su particular ritmo interior dentro de la Historia de la Iglesia y de la cultura, aunque se inserta, como es lógico, dentro de la periodización general de la Historia; es decir, tiene sus peculiaridades propias. En una primera aproximación se puede trazar un marco histórico en varios grandes períodos: a) Patrístico (siglos II a viti); b) Escolástico medieval (siglos xi a xv); c) Renacentista y barroco (siglos xvi-xvu); d) Racionalista ilustrado/liberal y el subsiguiente de renovación teológica católica (siglos xvm-XIX); e) Contemporáneo o de renovación conciliar (siglo xx). Si queremos precisar más en detalle, dentro de estos ámbitos temporales cabe hablar de épocas concretas, que conllevan unos ciertos modelos teológicos (no siempre, como veremos). Así saldría el siguiente cuadro esquemático: • Teología patrística (siglos Es el nacimiento y primer desarrollo de la Teología, que alcanza su cima en san Agustín de Hipona (siglos iv-v). En su término final están san Juan Damasceno en Oriente y san Isidoro de Sevilla en Occidente. • Teología monástica (o carolingia) (siglos ix a xi), también denominada a veces período carolingio o pre escolástico. Constituye el puente entre la Edad de los Santos Padres y la Edad Media propiamente dicha. • Teología Escolástica medieval (siglo xii a xv), que se articula en tres partes diferenciadas. -a) Primera Escolástica (siglos xmr), donde se opera el renacimiento cultural que aportan las Escuelas catedralicias urbanas, con orientaciones nuevas derivadas del uso de la lógica aristotélica, germen de lo que vendrá enseguida. Los autores principales son san Anselmo de Aosta, Pedro Abelardo y, sobre todo, Pedro Lombardo (llamado Maestro de las Sentencias). b) Alta Escolástica (siglo xm) o Edad de Oro de la Escolástica, con la aparición de la Universidad de París y los grandes maestros universitarios, cuya cima es santo Tomás de Aquino. c) Baja Escolástica (siglos xrv-xv). A partir de este momento, la gran teología parisina anterior se fracciona en escuelas teológicas enfrenta-das, con la aparición del escotismo (Juan Dunse Escoto) y el nominalismo (Guillermo de Ockham), además de la escuela tomista. Paulatinamente se opera un declive teológico continuado hasta el siglo xvi.
La teología tiene su particular ritmo interior dentro de la Historia de la Iglesia y de la cultura, aunque se inserta, como es lógico, dentro de la periodización general de la Historia; es decir, tiene sus peculiaridades propias. En una primera aproximación se puede trazar un marco histórico en varios grandes períodos: a) Patrístico (siglos II a viti); b) Escolástico medieval (siglos xi a xv); c) Renacentista y barroco (siglos xvi-xvu); d) Racionalista ilustrado/liberal y el subsiguiente de renovación teológica católica (siglos xvm-XIX); e) Contemporáneo o de renovación conciliar (siglo xx). Si queremos precisar más en detalle, dentro de estos ámbitos temporales cabe hablar de épocas concretas, que conllevan unos ciertos modelos teológicos (no siempre, como veremos). Así saldría el siguiente cuadro esquemático: • Teología patrística (siglos Es el nacimiento y primer desarrollo de la Teología, que alcanza su cima en san Agustín de Hipona (siglos iv-v). En su término final están san Juan Damasceno en Oriente y san Isidoro de Sevilla en Occidente. • Teología monástica (o carolingia) (siglos ix a xi), también denominada a veces período carolingio o pre escolástico. Constituye el puente entre la Edad de los Santos Padres y la Edad Media propiamente dicha. • Teología Escolástica medieval (siglo xii a xv), que se articula en tres partes diferenciadas. -a) Primera Escolástica (siglos xmr), donde se opera el renacimiento cultural que aportan las Escuelas catedralicias urbanas, con orientaciones nuevas derivadas del uso de la lógica aristotélica, germen de lo que vendrá enseguida. Los autores principales son san Anselmo de Aosta, Pedro Abelardo y, sobre todo, Pedro Lombardo (llamado Maestro de las Sentencias). b) Alta Escolástica (siglo xm) o Edad de Oro de la Escolástica, con la aparición de la Universidad de París y los grandes maestros universitarios, cuya cima es santo Tomás de Aquino. c) Baja Escolástica (siglos xrv-xv). A partir de este momento, la gran teología parisina anterior se fracciona en escuelas teológicas enfrenta-das, con la aparición del escotismo (Juan Dunse Escoto) y el nominalismo (Guillermo de Ockham), además de la escuela tomista. Paulatinamente se opera un declive teológico continuado hasta el siglo xvi.
• Teología Humanista del siglo xvi (siglo xvi
hasta final de Trento). La Reforma protestante (1517-ss) actúa como gran
catalizador de los esfuerzos renovadores católicos, al tiempo que exige una
nueva profundización en el intellectus fidei. La Escuela de Salamanca de
Francisco de Vitoria será quien lleve a cabo, principalmente, dichos empeños
renovadores en sede teológica; la cima aquí será Melchor Cano con su original
epistemología teológica en su obra De locis theologicis (1563).
•
Teología Barroca (siglo xvi finales-siglo )(vil). Después de la clarificación
que Trento supuso en todos los órdenes, la Teología católica se enzarza en
graves disputas internas con la controversia De auxiliis primero, y después con
la no menos dura controversia jansenista. Aquí des-tacan figuras como D. Báñez
o E Suárez, sobre todo. Pero la excesiva preponderancia del elemento
especulativo de la teología, radicalizado en cierta medida en el calor de las
disputas de la época, hace que se inicie un período de estancamiento y larga
decadencia a partir de la gran teología del siglo vi.
•
Teología racionalista ilustrada (siglo xviii). El Deísmo inglés y la Enciclopedia
francesa marcan un giro copernicano en el devenir de la cultura moderna y,
subsiguientemente, de la teología: es la época del Racionalismo ilustrado, que
dará paso más adelante a la época del Liberalismo en todos los órdenes
(filosófico, político, económico). A partir de este momento, la decadencia de
la teología católica es ininterrumpida; ya no se da un perfil claro de modelo
teológico, como antes, sino que nos encontramos en un ambiente nebuloso,
inestable y de cierta oscuridad; asistimos a un fuerte estancamiento teológico,
que, en el fragor del es-fuerzo apologético, llega a producir una teología a la
defensiva y cenada en sí misma. Oteando el horizonte no se vislumbran talentos
originales y creadores que saquen a la teología del impass y la postración en
la que se encuentra.
• Teología de la Época Romántica y Liberal
(siglo xix). El despertar del movimiento romántico frente a la frialdad
racionalista tiene un eco in-mediato en teología, que se inicia en el
protestantismo con Schleiermacher y su doctrina del sentimiento religioso y
continúa, avanzado el siglo XIX, con el importante movimiento de la teología
liberal protestante, de amplia repercusión en el campo católico. La teología
católica en este siglo contempla el inicio de una franca re-novación que irá
consolidándose poco a poco. Se pueden señalar tres hi-tos de relieve en este
esfuerzo por recuperar el pulso del quehacer teológico:
a)
La Escuela de Tubinga (católica) con J. A. Mühler como figura principal;
b)
El movimiento de Oxford (inicialmente dentro del Anglicanismo) con otra gran
figura teológica como es J. H. Newman;
c) La Es-cuela Romana de los jesuitas, que
marca el inicio de la recuperación de la gran tradición escolástica, con
teólogos como G. Perrone y J. B. Franzelin.
Esta nueva época se apoya, por un lado, en la
sólida aportación doctrinal operada por el Concilio Vaticano I (1869) y, por
otro, en el nuevo estilo eclesial que trae consigo el pontificado de León XIII
(1879), seña-lado a veces como el primer Papa de la modernidad. Efectivamente,
este Sumo Pontífice aborda en directo los graves problemas teológicos pen-dientes,
como eran la exégesis bíblica y, sobre todo, la recuperación de la gran
tradición filosófica y teológica medieval; su encíclica Aeterni Patris (1879)
marca el punto de partida oficial de la neo escolástica y del neotomismo que
entran de lleno en el siglo xx.
• Teología contemporánea (I) hasta el Vaticano
II (siglo xx, primera mitad). El azaroso decurso histórico de la renovación
teológica, ya en marcha, pasa por la gran crisis del Modernismo y la respuesta
de san Pío X en la encíclica Pascendi (1907), así como por el cataclismo de las
dos Guerras Mundiales de gran repercusión en el ánimo de los teólogos del
momento, tanto protestantes como católicos. Junto a la corriente neo
escolástica en marcha (con autores como GarrigouLagrange, Gardeil, Ramírez y
otros), aparecen una nueva generación de teólogos que sirtien una línea
distinta, más bíblica y pastoral (de vuelta a las fuentes primitivas), con un
estilo teológico nuevo, que será apodada como «Nouvelle Theologie» por los de
la línea tradicional, marcando un cierto con- gaste entre ambas. La encíclica
de Pío XII Humani generis (1950) pone ciertos límites a los nuevos bríos
teológicos, interpretado por algunos a ti lores como una descalificación de la
Nouvelle Theologie, cosa solo pal (*talmente cierta, pues el propio Pío. XII
impulsa por otro lado el moraI miento litúrgico y bíblico que está detrás de
esos nuevos aires teológicos. El empeño renovador de esos jóvenes teólogos
(entre los que se (menet t tran Y. M. Congar y H. De Lubac) queda un tanto frenado
momcnt i11c., mente para reaparecer posteriormente, eliminados los peligros
doctrina les que existieron.
• Teología contemporánea (II) y su renovación
efectiva en torno al tan cano II (siglo xx, segunda mitad). Con Juan XXIII
(1958) adviene tina nueva época de la historia eclesiástica que abre el
Concilio Vaticano En dicho concilio (su preparación, su desarrollo y sus.
documentos I Males) cristalizan toda una serie de afanes renovadores que venían
de tiempo atrás: un concilio de carácter primordialmente pastoral, que, entre
otras cosas, se propone adecuar la tarea evangelizadora de la Iglesia a la
mentalidad y cultura del hombre contemporáneo, meditando acerca del misterio de
la Iglesia y su unidad (ad intra), al tiempo que trata de dialogar con un mundo
secularizado e indiferentista en materia religiosa (ad extra). En referencia a
la teología misma desembocan en el Vaticano las dos corrientes teológicas antes
señaladas: junto a la afirmación de la tradición teológica clásica
(sistemática, especulativa, la autoridad de santo Tomás de Aquino, etc.)
también se abre la puerta al nuevo estilo de teologizar que flota en el
ambiente contemporáneo: vuelta a las fuentes primitivas de la Revelación
(Escritura y tradición patrística), carácter pastoral y litúrgico, sentido
creativo y positivo, etc. En el propio Concilio actúan como peritos de los
Padres conciliares figuras destacadas de las nuevas generaciones teológicas,
como Congar, Rahner, De Lubac, Ratzinger y otros, que influyen de manera
relevante, junto a los teólogos de la línea clásica, en los trabajos
conciliares.
De
este modo se puede afirmar que el propio Concilio Vaticano II aglutina y
ensambla, dentro de una misma teología renovada, las diversas corrientes
anteriores muy diferentes entre sí (en estilo, temática, etc.) e incluso, en
ocasiones, en cierta confrontación. La ansiada renovación teológica, que desde
hacía más de un siglo se intentaba con esfuerzo e ilusión, tiene lugar ahora
efectivamente, al menos in nuce (1965).
•
La Teología contemporánea postconciliar (III) (siglo xx finales y si-glo xxr).
El problema 4e la hermenéutica o interpretación del Vaticano II, en su sector
menos afortunado, determinará en gran parte la crisis post-conciliar de los
años 70-80, que afectará de lleno a una parte significativa de la teología de
esos años. En el ámbito protestante aparece una cierta teología política o de
la secularización, que poco después influye en el ámbito católico con fuertes
matices marxistas, como es el caso de la Teología de la Liberación
latinoamericana (aunque algunos de sus fundadores se forman teológicamente en
Alemania). Superada en gran medida la fiebre filomarxista, sobre todo con la
caída del tristemente famoso Muro de Berlín (1989), la situación de la teología
católica se encuentra ante una crisis cultural de dimensiones globales; es lo
que algunos han denominado Postmodernidad, o también Pensamiento débil
postmoderno, es decir, una actitud escéptica y relativista, referida
especialmente a las capacidades cognoscitivas humanas, que rechaza de plano
cualquier pretensión del conocimiento humano de alcanzar la verdad y el ser de
las cosas intramundanas, mucho más a fortiori de realidad alguna trascendente.
Es una especie de vuelta al paganismo ancestral, a la mitología antigua, que a
veces se mezcla (o se refugia) en concepciones orientales panteístas o en
reductos marginales de cienciología de corte gnóstico. ¿Qué decir, entonces, de
la pretendida renovación de la teología católica? ¿En qué situación nos
encontramos al presente? ¿Hemos salido de la postración teológica que data de
la Ilustración racionalista? Hay, sin duda, muchos aspectos positivos y
esperanzadores, al margen de los aspectos negativos señalados de la crisis
postconciliar. Podríamos decir que estamos ya instalados en una nueva época
eclesial y teológica que se asienta firmemente en los verdaderos frutos del
Vaticano II.
La Teología está purificada de aquellas lacras
en las que cayó, y se halla en un camino nuevo, renovado y a la altura de los
tiempos modernos. Este camino está siendo recorrido ya de facto, pero estamos
en los inicios; los cambios positivos y los efectos de la renovación teológica
postconciliar tienen un ritmo más bien lento (visto a la luz de la celeridad de
nuestra época contemporánea). Pero es evidente que estamos en otra época y que
los sanos fundamentos están bien puestos. Nos hallamos en pleno crecimiento
juvenil. Las grandes figuras teológicas contemporáneas empiezan a dar frutos
buenos y abundantes: Congar, De Lubac, Urs von Balthasar (todos ellos nombrados
cardenales por Juan Pablo II), además de Rahner, Ratzinger (que ha alcanzado el
Sumo Pontificado), y otros de esa nueva generación, nos han legado una obra
teológica importante, que es cada vez más conocida e influyente en los diversos
ámbitos eclesiales y pastorales. La «paja» que pudiera haber mezclada con el
«trigo» ya voló; con el paso del tiempo, solo queda el trigo bueno. Ahora toca
crecer y desarrollar esa Inicua simiente.
El
tiempo teológico es lento pero el porvenir esperanza-dor se vislumbra en el
horizonte. Quizá uno de los mayores retos planteados hoy sea enfocar equilibradamente,
y superar en alguna medida, la excesiva especialización a que lleva la división
disciplinar teológica; se echan en falta verdaderos «teólogos sabios», es
decir, que dominen todo el conjunto de la teología, la cual, al fin de cuentas,
es «una» (tiene una unidad interna esencial) y no plural. Aquí nos encontramos
ya ante el futuro inmediato.
lunes, 12 de octubre de 2015
Introduccion a la Teologia
I. LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA COMO DISCIPLINA
TEOLÓGICA
El título de «Historia de la Teología» lleva a preguntar si la disciplina a la que se refiere es principalmente histórica o más bien teológica: ¿es por su género Historia y por su diferencia específica Teología, o por su género es Teología y por su diferencia específica Historia?
En las últimas décadas algunos autores han respondido a esa pregunta —así como a la que, paralelamente, puede formularse respecto a la Historia de la Filosofía— inclinándose por la primera parte de la disyuntiva, y colocando por tanto el acento en los aspectos documentales, cronológicos e histórico-positivos.
Una opción de ese tipo es legítima, al menos en cierto grado, sobre todo si se piensa en una docencia ejercida en una Facultad o Instituto de Historia. La mayoría de los tratadistas se inclina, no obstante, por la segunda de las opciones mencionadas. Y con razón, ya que no cabe trazar el desarrollo de las ideas teológicas o filosóficas sin entrar en las cuestiones que la Teología y la Filosofía plantean y, por tanto, sin teologizar y filosofar. Ciertamente, al esbozar la historia del pensamiento teológico es necesario narrar sucesos y acontecimientos, precisar fechas y datos, analizar las afirmaciones concretas de autores del pasado. Pero, si se quiere alcanzar una verdadera comprensión de aquello que en una Historia de la Teología se narra —es decir, de la doctrina de los diversos autores y del tránsito de unos a otros—, la intención última debe ser teológica. La pura sucesión de acontecimientos o la simple descripción del parecer de unos u otros autores, aislada del movimiento de fondo que explica y sostiene a la Teología, serían, por sí mismas, muy poco relevantes, especialmente en el contexto de una Facultad o Instituto teológicos. Tomás de Aquino dijo que el estudio de lo que han dicho los antiguos debía tener por fin no tanto conocer lo que han afirmado cuanto dialogar con ellos a fin de profundizar en la percepción de la verdad de las cosas. El Aquinate hizo esta afirmación tratando de la Historia de la Filosofía, pero sus palabras se pueden trasladar a la Historia de la Teología, con la misma fuerza y claridad.
Lo que se pretende, al relatar los esfuerzos especulativos de los principales maestros del pasado y al describir los procesos y desarrollos a través de los cuales la Teología se ha configurado y evolucionado, no es —sobre todo en un centro de estudios teológicos o en un libro destinado a la docencia en un centro así— ofrecer datos o descripciones eruditas, sino mostrar cómo la palabra de Dios —la revelación contenida en la Escritura y trasmitida por la tradición— ha interpelado a los teólogos de cada época. En otros términos: cómo esos teólogos se han situado ante la palabra revelada, de qué forma han hecho entrar en diálogo su razón y su fe, por qué vías han intentado profundizar en las virtualidades contenidas en la verdad cristiana haciéndolas resonar ante su propia inteligencia y ante la cultura y los hombres de su tiempo. El análisis del proceso histórico de la Teología cristiana constituye, por eso, una forma excelente de educar la propia inteligencia al empeño de pensar en la fe y desde la fe, sirviendo así de base para ulteriores desarrollos. En este sentido la
Historia de la Teología ofrece no sólo unos puntos de referencia históricos y documentales, sino también, y sobre todo, una verdadera introducción a la Teología como tal.
II. PERIODIZACION DE LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA
La conciencia de la verdad de la fe y, más concretamente, la conciencia de que en Cristo, Palabra de Dios hecha carne, Dios ha manifestado a los hombres su designio de salvación, por una parte, y la tendencia a profundizar en esa verdad a fin de captar su unidad y coherencia, por otra, forman una sola cosa con el cristianismo. En tal sentido, la Teología es tan antigua como la fe cristiana, hundiendo sus raíces en la misma generación apostólica. De ahí que pueda hablarse, y se hable con frecuencia, de «teología bíblica», de «teología neotestamentaria», de «teología paulina», etc., indicando así que en los libros que componen la Sagrada Escritura, sea en el conjunto de todos ellos, sea en algunos tomados singularmente, se contiene una doctrina que puede ser sintetizada y expuesta de modo estructurado y armónico.
Los apóstoles, y quienes con ellos vivieron, constituyen, sin embargo, una etapa singular en la historia de la Iglesia: la etapa fundacional. Y los libros sagrados, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, trascienden el ordinario sucederse de los empeños y reflexiones humanas. De ahí que el inicio de la Historia de la Teología se sitúe más bien a partir de la generación apostólica, cuando los cristianos, recibiendo el legado de los apóstoles y dejándose iluminar por él, pusieron en juego todos los recursos de su inteligencia para profundizar en ese depósito, con el deseo de asimilarlo plenamente, de defenderlo frente a críticas o equívocos, de plasmarlo en obras y de trasmitirlo eficazmente a las generaciones sucesivas. Para intentar una periodización de la Historia de la Teología, tal y como se desarrolla a partir del período apostólico, puede, sin duda, acudirse a la división ya universalmente consagrada: Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea. Proceder así tendría la ventaja de acomodarse a un uso común, pero a la vez un grave inconveniente: encubrir el ritmo que ha seguido realmente el proceder de la reflexión teológica. Parece por eso preferible dividir esa historia atendiendo a las tres etapas que, a nuestro juicio, ha recorrido esa historia: el período patrístico, el período escolástico y el período moderno o contemporáneo. Completemos, pues, esta introducción a la Historia de la Teología marcando los contornos de esas tres etapas y señalando, aunque sea brevemente, sus rasgos más característicos.
1. Período patrístico
Los primeros autores cristianos, designados ordinariamente con el nombre de Padres apostólicos por su cercanía cronológica a los apóstoles, se expresaron mediante cartas u homilías, de tono familiar, muy unidas a la vivencia concreta de la Iglesia. A mediados del siglo II surgió, en cambio, lo que puede ya considerarse como primera manifestación de una obra teológica en sentido estricto. Las críticas dirigidas a la fe cristiana por parte de autores paganos provocaron la aparición de una literatura apologética o de defensa, que desembocó en un vibrante diálogo entre fe y razón; más concretamente, entre fe cristiana y cultura pagana; se inició así un proceso de cristianización del mundo helenístico y romano que se extendió a lo largo de varios siglos, hasta culminar, en los siglos m a V, en una síntesis lograda. El desarrollo de las comunidades cristianas, la conversión
de personas profundamente conocedoras de la filosofía y de la retórica grecorromanas y la aparición de sectas y herejías que ponían en discusión el contenido de la fe, fueron otros de los factores
que contribuyeron a ese proceso de progresiva profundización en la fe a fin de manifestar su unidad, vitalidad y coherencia al que designamoscomo Teología.
En el período patrístico así iniciado, cabe distinguir tres etapas fundamentales:
— la etapa primera, de iniciación o formación de la teología patrística,
que se extiende desde fines del siglo i hasta comienzos del siglo iv: es la época de los Padres apostólicos, de los Padres apologistas, de los primeros escritos antiheréticos y de los primeros intentos de tratados o exposiciones teológicas ya relativamente cuajadas;
— los siglos iv y v, verdadera edad de oro de la Patrística, hecha posible por la conjunción de dos factores: la paz de que se disfruta desde principios del siglo iv, al cesar las persecuciones, y la maduración ya alcanzada por el pensar cristiano;
— la etapa final, que se extiende hasta el siglo vm, en el período de transición entre la Antigüedad tardía y la Edad Media.
La época patrística debe su nombre a los Padres de la Iglesia, es decir, al hecho de ser un tiempo que tuvo por protagonistas a personalidades (San Atanasio, San Basilio, San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín...) a las que, por la ortodoxia de su doctrina y por la hondura de su santidad, la Iglesia reconoce como padres en la fe, como eslabones que unen a los cristianos de todos los tiempos con la generación apostólica y, a través de los apóstoles, con Cristo. Se trata de una época que tiene una especial significación en la historia de la Iglesia y de la Teología. En primer lugar, y ante todo, por su proximidad a los años apostólicos. Pero también porque durante ese período la Iglesia se extendió ampliamente, consolidando su estructura, desarrollando su liturgia, expresando su fe en fórmulas dogmáticas cuidadosamente elaboradas. Fue también el momento en el que, trascendiendo el ámbito judío en el que había nacido, la Iglesia se enfrentó con la cultura grecorromana, cristianizándola desde dentro y confirmando así con las obras la virtualidad de la fe cristiana para informar toda civilización y toda época histórica. Los textos de los Padres de la Iglesia y de los otros escritores eclesiásticos de este período responden a los diversos géneros literarios usuales en la cultura grecorromana: cartas, homilías, tratados, comentarios... Fueron todos ellos obispos, sacerdotes o, en menor número, seglares que sintieron con profundidad la vida de la Iglesia de su tiempo y colocaron a su servicio su inteligencia y su cultura.
Las obras teológicas del período patrístico nacieron de las necesidades pastorales y culturales del momento, aunque no faltaron tampoco intentos de sistematización y exposición de algún modo escolar, que fueron, no obstante, una minoría. El tono o estilo de teologizar fue profundamente bíblico, con un frecuente recurso al símbolo y a la alegoría para que en el texto bíblico comentado reverberase la totalidad del designio salvífico divino. Los Padres dieron pruebas también, sobre todo en figuras de gran talla intelectual, de capacidad de análisis, de finura en la conceptualización, de fuerza argumentativa; pero la teología patrística sobresalió, especialmente, por el sentido de la síntesis, por la conciencia de la unidad de la revelación y por la fuerza con que esa conciencia de unidad alcanzó a expresarse.
El fin de la época patrística coincidió con el declive de la Edad Antigua. Suele indicarse como hito último de tal época, por lo que se refiere a la parte oriental del Imperio romano y en consecuencia a la patrística griega, la figura de San Juan Damasceno (ca.675-749), si bien debe señalarse que el modo patrístico de teologizar perseveró después durante largo tiempo en los ambientes greco-bizantinos, aunque con mucha menor creatividad que en los siglos anteriores. En la parte occidental del Imperio y, por tanto, en relación a la patrística latina, el corte histórico fue más neto, ya que el hundimiento
de la estructura político-social del Imperio occidental y la implantación de los reinos germánicos marcó, ya en el siglo v, una innegable ruptura. De todas maneras, la rapidez con que esos reinos asimilaron la cultura romana, alcanzando la síntesis entre lo germánico y lo latino, nos autoriza a extender el período patrístico, también en Occidente, hasta el siglo vm; parece, en efecto, lícito hablar de una literatura patrística gala y visigótica.
2. Período escolástico
Sobre la periodización de la Edad Media hay una gran discusión entre los medievalistas, según que se preste más atención a la historia de las instituciones, de los pueblos o de las ideas. Sin entrar en polémicas de detalle, digamos que, desde la perspectiva de la Historia de la Teología, el cambio de edad se produce con los acontecimientos ya señalados al describir el fin del período patrístico, y la nueva situación se extiende hasta mediada la Edad Moderna. Durante los primeros siglos de la Edad Media, es decir, en la primera parte del período altomedieval, y, más concretamente, entre los años 750 a 1100, domina, por lo que al teologizar se refiere, la teología monástica: una teología nacida en el seno de las escuelas monásticas existentes en los monasterios benedictinos, que consistió sobre todo en un comentario a la Sagrada Escritura; desarrollado al modo de una lectio o lectura meditada de los textos bíblicos, apoyada en los autores patrísticos. Las escuelas monásticas surgieron en la época carolingia, como fruto de la reforma de la orden benedictina que tuvo lugar por entonces, y constituyeron un foco cultural de extraordinaria importancia; Alcuino de York, Rábano Mauro, San Anselmo de Canterbury pueden ser considerados, con plena justicia, los iniciadores de la teología medieval, porque pusieron las bases metodológicas de la teología escolástica propiamente dicha.
Hacia el 1100 aparecieron en los burgos o ciudades de Occidente escuelas catedralicias, es decir, nacidas y desarrolladas en torno a las catedrales. La teología que se comenzó a practicar en tales escuelas de la que son respresentantes Anselmo de Laon y Pedro Abelardo— significó la introducción de un nuevo estilo teológico, que dio origen a lo que, de modo preciso, designamos como teología escolástica. Confluyeron en la nueva etapa histórica una amplia gama de factores, como el desarrollo de la sociedad medieval, el aumento del nivel cultural del clero secular, la aparición de órdenes religiosas dotadas de mayor movilidad apostólica que la benedictina —es decir,
las órdenes mendicantes— y la llegada al occidente europeo, a través de los pensadores árabes, de la filosofía aristotélica, que, uniéndose a la tradición patrística y a la platónica, hizo posible una nueva y original síntesis.
En lugar de la pura meditación sobre la Escritura apoyada en los Padres, que había caracterizado a la teología monástica, la teología escolástica propugnó un método analítico y discursivo que dio un amplio campo a la especulación racional iluminada por la fe. Nacido y desarrollado en el interior de instituciones académicas —las escuelas catedralicias y, posteriormente, las universidades y, en ellas, las Facultades de Teología—, el teologizar escolástico fue evolucionando, dando origen a desarrollos especulativos cada más amplios y de mayor profundidad teorética, hasta constituir, en más de un punto, una cumbre en la historia general del pensamiento. La exposición académica, con sus exigencias no sólo científicas sino didácticas, impulsó hacia la elaboración de síntesis, provocando la aparición de las Summae, que son, sin duda alguna, una de las expresiones más características de la producción teológica de los siglos medios. La Escolástica propiamente dicha tuvo de hecho una larga historia, dentro de la que pueden distinguirse varias fases o subperíodos: — la Alta escolástica, que va del 1100 al 1300, período en el que se sitúan las figuras más importantes y representativas: Pedro Lombardo, Alejandro de Hales, San Buenaventura, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino y el Beato Juan Duns Escoto; — la Baja escolástica, del 1300 al 1500, época en parte creadora y en parte de decadencia, en el que la reflexión se escinde en disputas entre escuelas y, en ocasiones, se pierde en disquisiciones alejadas de los núcleos centrales de la fe; — la Escolástica renacentista, de comienzos a mediados del siglo xvi, caracterizada por la incorporación al método escolástico de las preocupaciones literarias e históricas provenientes del humanismo renacentista, tal y como lo testimonian la obra, entre otros, de los dominicos Tomás de Vio y Melchor Cano; — la Escolástica barroca, que se extiende desde mediados del siglo xvi hasta el siglo xvn, en el que —después de algunas figuras relevantes, como Domingo Báñez y Francisco Suárez— se inicia un período de fuerte decadencia.
Los desarrollos especulativos, propios del método escolástico desde sus inicios, constituyen uno de sus mayores méritos, pero también, cuando se absolutizan, uno de sus riesgos. De hecho fueron, con el pasar de los años, no sólo ampliándose, sino complicándose, precipitando así la crisis que la Escolástica conoció al final del período bajomedieval. Frente a los abusos de esa escolástica decadente reaccionó la teología renacentista propugnando una vuelta a las fuentes, que tuvo considerable influjo. El método especulativo se mantuvo no obstante en primer plano y, en la escolástica barroca, volvió a ser preponderante, aunque sin olvidar del todo la herencia recibida del humanismo. No obstante, al avanzar el siglo xvu la Escolástica dio claras señales de haber entrado en un período de estancamiento. Ese hecho, y sobre todo la profunda crisis espiritual que agitó a la Europa de esos años, constituye el antecedente de la tercera época que cabe distinguir en la historia de la Teología.
3. Período moderno y contemporáneo
El siglo xvn representa, en muchos aspectos, un momento de fuertes cambios, tanto en lo político como en lo cultural. Señala, de una parte, con la paz de Westfalia (1648), la desaparición definitiva de la relativa unidad política que había existido durante los siglos medievales y consagra, en su lugar, la figura de los estados nacionales; al mismo tiempo, el eje del poder político y de la influencia cultural pasa de España e Italia, es decir, de la zona mediterránea a la centroeuropea. La escena intelectual, ocupada hasta entonces sobre todo por la tradición escolástica, empieza a ser dominada por otras líneas de pensamiento, particularmente el racionalismo de origen francés y el empirismo de proveniencia anglosajona. Las tendencias escépticas o naturalistas, aparecidas en épocas pasadas pero
hasta este momento muy minoritarias, se hacen más fuertes, favorecidas por la crisis de conciencia nacida de la dura experiencia representada por las guerras de religión que agitaron la Europa de esos
años. Se preparó así una ruptura espiritual e intelectual que se hizo patente en el siglo xvm: la población europea siguió siendo mayoritariamente cristiana, pero en las capas intelectuales se difundió, hasta predominar, una clara predisposición a la increencia o, aunque no se llegara a ello, al escepticismo y al indiferentismo religioso.
La Iglesia y la Teología se encontraron así en una situación radicalmente distinta de las conocidas en épocas anteriores: su contexto cultural no era ya ni una sociedad sustancialmente cristiana, como la existente en el período final de la Edad Antigua, en la Edad Media y en los inicios de la Edad Moderna; ni tampoco un paganismo que no había oído hablar de Cristo, como en los inicios de la era cristiana, cuando la Iglesia comenzó a extenderse a través del Imperio romano; sino un mundo que, habiendo sido cristiano, dejaba de serlo, y que miraba, por tanto, al cristianismo como a una realidad superada o, al menos, en curso de superación.
A la Teología se le planteaba, en consecuencia, un considerable reto, que reclamaba, en primer lugar, salir de la decadencia en que, como ya hemos dicho, se encontraba en aquellos momentos, y, después, ir a la raíz de la fe para conseguir mostrar, con fuerza nueva, su vitalidad y su verdad. De ahí una historia aún no concluida, porque nos encontramos todavía en esa coyuntura histórica en la que cabe distinguir las siguientes etapas: — la continuación del proceso de decadencia del pensar teológico, que se extiende a lo largo de todo el siglo xvm; — el inicio de un proceso de renovación en el siglo xix, que procede, no sin polémicas y tensiones, a través de tres líneas fundamentales: la vuelta a las fuentes bíblicas y patrísticas, la recuperación de la tradición escolástica tal y como se había manifestado en su momento de esplendor —es decir, en los grandes maestros plenomedievales—, y el diálogo con algunas corrientes del pensamiento moderno, particularmente en su versión idealista y romántica; — la plenitud de tal renovación, que cabe situar en torno al Concilio Vaticano II, punto decisivo de referencia para la valoración del precedente desarrollo de la Teología y para el juicio sobre la situación actual y su historia futura. Sin olvidar, de otra parte, que la consolidación de las comunidades cristianas, nacidas por la expansión misionera de los siglos anteriores, y la facilidad de comunicaciones internacionales, han ampliado considerablemente el horizonte de la cultura y, por tanto, de la Teología: en los siglos pasados la Teología era una realidad casi exclusivamente europea; hoy ya no lo es y las aportaciones teológicas provenientes de América, Asia y África están destinadas a ser cada vez más importantes y significativas.
III. HISTORIA DE LA TEOLOGÍA, HISTORIA DE LA FILOSOFÍA, PATROLOGÍA Y PATRÍSTICA
Antes de cerrar esta introducción, conviene señalar la distinción y relaciones de la Historia de la Teología con otras disciplinas académicas relativamente próximas. En primer lugar, con la Historia de la Filosofía. Entre Filosofía y Teología hay, a la vez, diferencias y conexiones. La Filosofía procede a partir de la razón y la experiencia humanas, interrogándose sobre ellas y buscando explicaciones, fundamentaciones y respuestas.
La Teología procede a partir de la palabra de Dios, esforzándose por poner de relieve su contenido y su riqueza, a fin de iluminar desde ella la totalidad de la existencia humana. Los itinerarios y los modos de proceder son, pues, distintos, pero los temas y, lo que es más, las preocupaciones últimas coinciden en gran parte. De ahí que una y otra historia se entrecrucen, no sólo porque en algunas épocas históricas —la patrística y la medieval— la distinción de fronteras no resulta clara y los mismos pensadores practican ambos itinerarios —sólo a partir del siglo xvn se establece una neta distinción metodológica y académica entre Filosofía y Teología—, sino también, y más radicalmente, porque hay una comunidad temática y de fondo. El filósofo, al interrogarse sobre lo real, no puede por menos de preguntarse por la religión y, en consecuencia, al menos en la civilización occidental, también por el cristianismo; si es creyente, su fe, que aporta respuesta a muchas de las cuestiones últimas, no dejará de repercutir, en uno u otro grado, en su filosofar, orientándolo o, al menos, impulsándolo. El teólogo, al reflexionar sobre la fe, reflexiona a la vez sobre la experiencia humana, en la que esa fe se inserta y a la que esa fe ilumina; realizará —o podrá realizar—, en consecuencia, obra válida no sólo teológica, sino también filosóficamente.
La Historia de la Filosofía y la Historia de la Teología son, en suma, disciplinas distintas, pero relacionadas y que deben estar atentas la una a la otra. Lo que, ni que decir tiene, se ha procurado tener en cuenta en la presente obra. Por su importancia para la vida y el pensamiento cristiano, los Padres de la Iglesia han sido, desde antiguo, objeto de especial estudio, hasta surgir una disciplina científica formalmente dedicada a ellos. Esta disciplina se designa con dos nombres, Patrología o Patrística, entre los que hay alguna diferencia de matiz —al hablar de Patrología se quiere subrayar la vertiente doctrinal; y al hablar de Patrística, más bien la literaria—, aunque con gran frecuencia se
usan como sinónimos. Como puede advertirse por todo lo dicho precedentemente, la Patrología y la primera parte de la Historia de la Teología versan sobre el mismo período histórico. Sin embargo, las perspectivas son diversas, ya que la Patrología contempla a los Padres de la Iglesia, ante todo, como expresiones y testigos de la tradición cristiana, mientras que la Historia de la Teología los considera como teólogos, analizando cómo han concebido y desarrollado la tarea de teologizar.
Eso no quita, sin embargo, que las personas y las obras que ambas disciplinas tienen en cuenta sean de hecho las mismas y, en consecuencia, que un tratado de Patrología y un tratado de Historia de la Teología en la época patrística sean en gran parte intercambiables.
* * *
En la colección Sapientia fidei se incluye un manual de Patrología, redactado por el Prof. Ramón Trevijano, en el que se expone el desarrollo de las ideas en la época patrística. Para evitar repeticiones, la presente Historia de la Teología prescinde de la época patrística y comienza a partir de la época medieval, estructurándose en dos partes de acuerdo con la periodización antes indicada. La primera, preparada por el Dr. Josep Ignasi Saranyana, profesor ordinario de Historia de la Teología en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, describe la evolución de teología escolástica, desde sus inicios en la teología monástica y en los primeros maestros de las
escuelas catedralicias, hasta la teología barroca del siglo xvi.
La segunda, debida a la pluma del Dr. José Luis Manes, profesor ordinario de Teología Fundamental y Espiritual en la misma Facultad, continúa la narración, partiendo del siglo xvu, para describir a continuación la evolución de la teología moderna y contemporánea, hasta nuestros días. El capítulo sexto se cierra con dos epígrafes, redactados respectivamente por la Dra. Carmen J. Alejos-Grau, colaboradora del Instituto de Historia de la Iglesia de la Universidad de Navarra, y por el Dr. Javier Sesé, profesor de Teología Espiritual en la Facultad de Teología de la misma Universidad. Alejos-Grau ha estudiado la teología del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de México, completando la visión panorámica que se ofrece de la teología académica novohispana. Sesé ofrece una visión complexiva de la teología mística española en el xvi.
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